lunes, 10 de junio de 2013

A PROPOSITO DE LOS EXONERADOS
ESCRIBE IRIS ACEITON


LOS  EXONERADOS



Los sacaban de sus casas, de sus camas.  No importaba la hora.  Muchas veces a  medianoche, de madrugada. Así, tal como los  encontraban: con sus cuerpos aún tibios; en pijamas, descamisados, a “pata pelá”. En ocasiones  les advertían paternalmente: “No son  necesarios los zapatos, no los vai a necesitar”, “Pa’qué el chaleco, allá no vai a tener frío”. Esos chilenos generalmente desaparecían, la mayoría de sus cuerpos no se encuentran hasta el día de hoy. Otros, con suerte, sus cadáveres se hallaban en las polvorientas calles de las poblaciones,  sitios eriazos, lechos de ríos, o, en el menor de los casos en el  Instituto Médico Legal.  Los con más suerte aún, sobrevivían a las torturas y, sus parientes lograban, después de tortuosos periplos plagados de amenazas de muerte y burlas, por fin,  localizarlos en algunos de los innumerables campos de concentración diseminados a lo largo de todo Chile.

La mayoría fueron expulsados de  sus lugares de trabajos: oficinas, fábricas, universidades. No habían explicaciones, ni  indemnización  alguna, junto al “sobre azul” de la despedida.  Muchos, desde sus trabajos, eran llevados directamente a la tortura, a la prisión, a  la muerte, o a la desaparición. Emblemático es el caso de “los degollados”. El profesor Manuel Guerrero fue secuestrado desde las mismas puertas del  colegio donde laboraba, junto al sociólogo José Manuel Parada, en presencia de decenas de niños, donde entre esos también se encontraba su pequeño hijo.

Las Universidades fueron avasalladas. Carreras cerradas. Académicos, funcionarios y estudiantes; expulsados, detenidos, asesinados, desaparecidos. Conculcados todos los derechos ciudadanos, transgredidos los derechos humanos elementales, no hubo estado de derecho, ni leyes laborales alguna que nos protegiera.

Los que no fuimos exiliados, no  pudimos o, no quisimos alejarnos de nuestro país, durante diecisiete años fuimos parias en nuestra propia patria. Perseguidos, humillados. Trabajábamos silenciosamente en lo que viniera, con el miedo patentado en los huesos. Había que sobrevivir…

Va a ser difícil demostrarle a “los mercaderes del templo”; a la inefable derecha, que la inmensa mayoría de los exonerados de la época, estamos justos y dignamente indemnizados. Va a ser difícil reconstruir el pasado laboral de tantos chilenos a los que la atroz dictadura de Pinochet fue capaz de arrebatarnos no sólo a nuestros  seres más queridos  sino, hasta nuestra  propia identidad durante casi dos décadas.



La diputada Karla Rubilar,   “ilustre jugadora al mejor postor” y, cuya puntería le falló al apostar sus dardos a favor de Golborne, en desmedro del candidato de su propio partido, ya tuvo que pedir perdón hace un tiempo atrás. Vociferó, apoyada de una  consabida orquestación mediática, que: “los detenidos desaparecidos eran un engaño”. Acusó al detenido-desaparecido, Luis Emilio Recabarren, de encontrarse gozando de buena salud en la lejana Suecia. Confundió o, quiso confundirlo  con su hijo. Luis Emilio hijo, “El Puntito” pequeño testigo presencial y sobreviviente de la detención de sus dos padres. Sus progenitores que hasta el día de hoy se encuentran desaparecidos.



La misma derecha chilena que nunca dijo, ni hizo  nada en contra de la masacre que se perpetraba desde el estado, en contra de sus propios hermanos. Son los mismos que no exigieron un ministro en visita para investigar los desfalcos al estado  en los enriquecimientos ilícitos de la familia del  dictador. Tampoco los saqueos propinados al estado de Chile, al vender en sumas irrisorias e indignas, nuestras riquezas básicas, riquezas  de todos los chilenos, a un puñado de sátrapas golpistas. Los perdonazos por la evasión de impuestos a las grandes cadenas comerciales. La colusión y la artera componenda  de los poderosos grupos económicos en desmedro de la salud y,    la vida misma de los  chilenos.



Pero, rasgan vestiduras, se atragantan  y revuelcan en sus propias heces. Espantados, golpeándose el pecho, con sus manos todavía salpicadas  con la sangre de tantas víctimas, cuyos asesinos jamás serán juzgados. Mirando al cielo, con los ojos extraviados por el odio,  exigen recalificar a los chilenos exonerados que recibimos una escuálida pensión indemnizatoria de  poco más de $140.000 pesos al mes.





Iris Aceitón

Junio 2013

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