ESCRIBE IRIS ACEITON
LOS
EXONERADOS
Los sacaban de sus casas, de sus camas.
No importaba la hora. Muchas
veces a medianoche, de madrugada. Así, tal
como los encontraban: con sus cuerpos
aún tibios; en pijamas, descamisados, a “pata pelá”. En ocasiones les advertían paternalmente: “No son necesarios los zapatos, no los vai a
necesitar”, “Pa’qué el chaleco, allá no vai a tener frío”. Esos chilenos
generalmente desaparecían, la mayoría de sus cuerpos no se encuentran hasta el
día de hoy. Otros, con suerte, sus cadáveres se hallaban en las polvorientas calles
de las poblaciones, sitios eriazos,
lechos de ríos, o, en el menor de los casos en el Instituto Médico Legal. Los con más suerte aún, sobrevivían a las
torturas y, sus parientes lograban, después de tortuosos periplos plagados de
amenazas de muerte y burlas, por fin, localizarlos en algunos de los innumerables
campos de concentración diseminados a lo largo de todo Chile.
La mayoría fueron expulsados de sus
lugares de trabajos: oficinas, fábricas, universidades. No habían
explicaciones, ni indemnización alguna, junto al “sobre azul” de la
despedida. Muchos, desde sus trabajos, eran
llevados directamente a la tortura, a la prisión, a la muerte, o a la desaparición. Emblemático
es el caso de “los degollados”. El profesor Manuel Guerrero fue secuestrado
desde las mismas puertas del colegio donde
laboraba, junto al sociólogo José Manuel Parada, en presencia de decenas de
niños, donde entre esos también se encontraba su pequeño hijo.
Las Universidades fueron avasalladas. Carreras cerradas. Académicos,
funcionarios y estudiantes; expulsados, detenidos, asesinados, desaparecidos.
Conculcados todos los derechos ciudadanos, transgredidos los derechos humanos
elementales, no hubo estado de derecho, ni leyes laborales alguna que nos
protegiera.
Los que no fuimos exiliados, no pudimos o, no quisimos alejarnos de nuestro
país, durante diecisiete años fuimos parias en nuestra propia patria.
Perseguidos, humillados. Trabajábamos silenciosamente en lo que viniera, con el
miedo patentado en los huesos. Había que sobrevivir…
Va a ser difícil demostrarle a “los mercaderes del templo”; a la inefable
derecha, que la inmensa mayoría de los exonerados de la época, estamos justos y
dignamente indemnizados. Va a ser difícil reconstruir el pasado laboral de tantos
chilenos a los que la atroz dictadura de Pinochet fue capaz de arrebatarnos no
sólo a nuestros seres más queridos sino, hasta nuestra propia identidad durante casi dos décadas.
La diputada Karla Rubilar, “ilustre
jugadora al mejor postor” y, cuya puntería le falló al apostar sus dardos a
favor de Golborne, en desmedro del candidato de su propio partido, ya tuvo que
pedir perdón hace un tiempo atrás. Vociferó, apoyada de una consabida orquestación mediática, que: “los
detenidos desaparecidos eran un engaño”. Acusó al detenido-desaparecido, Luis
Emilio Recabarren, de encontrarse gozando de buena salud en la lejana Suecia.
Confundió o, quiso confundirlo con su
hijo. Luis Emilio hijo, “El Puntito” pequeño testigo presencial y sobreviviente
de la detención de sus dos padres. Sus progenitores que hasta el día de hoy se
encuentran desaparecidos.
La misma derecha chilena que nunca dijo, ni hizo nada en contra de la masacre que se perpetraba
desde el estado, en contra de sus propios hermanos. Son los mismos que no
exigieron un ministro en visita para investigar los desfalcos al estado en los enriquecimientos ilícitos de la
familia del dictador. Tampoco los
saqueos propinados al estado de Chile, al vender en sumas irrisorias e indignas,
nuestras riquezas básicas, riquezas de
todos los chilenos, a un puñado de sátrapas golpistas. Los perdonazos por la
evasión de impuestos a las grandes cadenas comerciales. La colusión y la artera
componenda de los poderosos grupos
económicos en desmedro de la salud y, la vida misma de los chilenos.
Pero, rasgan vestiduras, se atragantan
y revuelcan en sus propias heces. Espantados, golpeándose el pecho, con
sus manos todavía salpicadas con la
sangre de tantas víctimas, cuyos asesinos jamás serán juzgados. Mirando al
cielo, con los ojos extraviados por el odio, exigen recalificar a los chilenos exonerados
que recibimos una escuálida pensión indemnizatoria de poco más de $140.000 pesos al mes.
Iris Aceitón
Junio 2013
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