domingo, 29 de marzo de 2009

MAX BERRÚ EN EL CAFÉ BRAZIL



Traspaso su puerta de entrada y el olor a nostalgia se apodera de mí. Penetro gustosa al túnel del tiempo. No hay descansos, no hay estaciones intermedias. El viaje es rapidísimo, con la velocidad de luz, la velocidad de la memoria.

Las paredes del “Café Brazil” son de barro y paja. En las entrañas del adobe se guardan todo tipo de secretos y confesiones: “Amantes, cuyo amor y pasión no fue aniquilado ni siquiera por la acción del odio, de las balas, ni por el inclemente tiempo. Consignas revolucionarias, juramentos de lealtad, de amistad. Firmas afiebradas de melancolía que en sus escritos imprimen todo ese anhelo de trascendencia. Sorteamos las pequeñas mesas repletas de jóvenes parroquianos. Añosas murallas nos interrumpen el paso, se alzan arrogantes, suspendiendo en sus espaldas no sé qué cantidad de años. Un gran retrato de la Gladys Marín nos recibe sonriendo. Dos gigantografías de Salvador Allende miran hacia el pequeño escenario.

La mesa de la UTE es la más extensa. En la cabecera ya se encuentra sentada la Cachi, está feliz, radiante, como no la había visto en mucho tiempo. Emilio, con ese amor protector y paternal, que proyecta a cualquiera que se le acerque. La Cristina, dueña de ese par de ojos azules que le bailan y que apenas le caben en el rostro. Alex, con su cara de niño bondadoso, aunque su pelo y barba sólo admiten blanquísimas canas. A su lado su fiel compañera Amelia, abraza con amor a la Carmen, que con esa cara de profesora severa, esconde sus más bellos sentimientos. Como escolares en sus pequeños pupitres nos sentamos, esperando la más hermosa lección. A Giorgio y a Juan los tengo muy cerca. Corren las cervezas y los piscos souers, el exquisito aroma a fritanga lo invade todo y abre nuestros vulnerables apetitos. Por fin aparece Osiel, atrasado como siempre, su lugar le está esperando, con ese atuendo de corredor de moto, parece que siempre está dispuesto a correr su mejor carrera, la carrera de la vida.

Con su camisa de seda multicolor, tenemos a nuestro Max Berrú. Su rostro varonil, de “poeta inca herido”. El paso de los Años no le ha privado de ese “encanto”, que unido a esa hermosa voz, todavía provoca hondos suspiros en nosotras las mujeres. Su voz es melodiosa, íntima, nos lleva a viajar a su Cariamanga querida, su pueblo natal. Junto a sus bellas canciones recorrimos su tierra altiplánica: La Vasija de barro, Sombras, La Serenata Huasteca. Conocemos a sus amigos de infancia, los trovadores de la vida: “El Mudo”, “El ciego”, Nicandro, el ingeniero de aviones, aquel que al recordar su trágica muerte, casi le hiciera llorar. Le aplaudimos a rabiar, con toda el alma. No echamos de menos al Inti, su grupo de origen. Solamente Max Berrú, que con sus músicos jóvenes, es quien nos ha regalado el más hermoso viaje hacia esos mundos maravillosos y mejores que alguna vez ayudamos a construír y en que tanto creímos.

Ya en la calle alargamos la despedida; abrazos y besos, no nos cansamos de repartir. Hasta la próxima excusa para volver a vernos. En el auto de los Jiménez, de la firme mano de Giorgio, vuelvo a la realidad. “Los hombre rubios del Norte”, siguen creando hambre y miseria para repartirla a todos los pobres del mundo. En Camerún, en el corazón de África, donde el sida ha causado los más grandes estragos en la paupérrima población negra, “el santo padre”, habla contra el condón, como método preventivo contra la mortal enfermedad. En Chile, el monopolio de farmacias se han coludido para subir el precio de los medicamentos más esenciales en la salud de la población……………………..

Iris Aceitón
Marzo2009

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