domingo, 17 de enero de 2010

EL FUNERAL DEL POETA ASESINADO: IRIS ACEITÓN REMEMORA EL FUNERAL DE NUESTRO COMPAÑERO DE LA UTE, VICTOR JARA


Iris Aceitón

Jueves 3 de Diciembre

Son poco más de las once de la mañana, la Plaza Brasil se encuentra atiborrada de gente. En sus costados, estacionan vehículos de la televisión, los reporteros gráficos con sus equipos de trabajo, periodistas de diferentes medios y ya más de una centena de hombres y mujeres comunes y corrientes que esperan ser los primeros en rendirle su postrer homenaje al artista mártir.

Observo con nostalgias las innumerables camisas amarantos que visten jóvenes que pululan alrededor del galpón. Hace un poco más de 36 años yo lucí la mía por última vez, orgullosa, momentos antes de ser detenida por los esbirros fascistas dentro de mi querida universidad y junto a nuestro amado Víctor.

De la mano de mi inseparable Giorgio, me reúno con mis pares. Visto ahora mi polera de encendido color naranja con su leyenda: “LA UTE VIVE”. No es tan difícil reconocernos, han llegado Emilio, Chalía, Amelia, Mario Urzúa, Fedora, Pedro León, Aldo Leal, me abraza calurosamente Carlos Contreras, mi hermana Cristina, Alfredo Fariña y su compañera, Alejandro Yáñez, poco a poco el grupo se hace más y más numeroso. Se abren los portones del Galpón Víctor Jara, entramos los de la UTE, ya en los pasillos se puede advertir el denso aire que respiraremos.

Accedemos al gran recinto, con sus altos murallones grises, en el fondo, sobre el escenario negro como el carbón, adosada como una hiedra a la piedra una gran bandera chilena hecha jirones. Su presencia allí nos conmueve, es el emblema nacional ultrajado, es la patria misma mancillada que observa muda, incrédula, el féretro donde yacen los restos del cantor popular, es la bandera chilena hecha tiras, observando desgarrada la gran infamia de la cual es capaz de cometer el hombre…



En los costados del proscenio, enormes coronas florales, una de las cuales reza el texto de FEUT 73. En el centro del gran galpón se sitúa el sencillo ataúd de madera restaurado, es el mismo que cobijara el cuerpo de Víctor recién asesinado, durante más de 36 años, un poncho urdido por artesanas chilenas, prenda que el artista usara en sus presentaciones y también para guarecerse del frío, envuelve suavemente la caja mortuoria, como queriendo darle calor a esos venerados huesos.

El ambiente es de un recogimiento total, somos muchos los que hacemos esfuerzos para no soltar el llanto. A los pies de Víctor, muy cerca, como protegiéndolo de alguien que todavía pretendiera hacerle daño, se encuentra la Joan Jara, entera, como una vikinga, con su rostro todavía hermoso, con esos ojos claros e infinitos, medios secos de tanto llanto derramado, de tanta ausencia, de tantas preguntas sin el más mínimo eco, ese rostro enmarcado con ese pelo blanco como la nieve y su melena al viento de niña traviesa.

A su izquierda su hija Manuela, tan amada por Víctor como si hubiera sido de su propia sangre, tiene sus verdes ojos cargados de lágrimas. A su derecha el fruto de su amor con Víctor, su hija Amanda, con la misma diáfana mirada, con esa misma risa grande y fácil que llegaba hasta los corazones más humildes de su propio pueblo.



Se forman las primeras guardias de honor en homenaje al poeta. La Agrupación de Detenidos Desaparecidos, La agrupación De Ejecutados Políticos, El partido y las JJCC Comunistas. Mientras tanto un largo y lento peregrinar de mujeres y hombres, de jóvenes, de ancianos, de niños que de la mano de sus padres quieren rendirle el último tributo. Rodean el ataúd, algunos se atreven a palpar la madera bendita, muchos le hablan, otros sencillamente lloran. Un par de pequeños niños con la solemnidad de un anciano, acarician el féretro. No puedo dejar de preguntarles: ¿Qué edad tienen? ¡Tenemos diez años, me contestan en coro! ¿Y porqué están aquí? ¡Yo estudio piano, y yo flauta traversa! ¡Somos músicos! ¡Nos hicimos músicos gracias a Víctor Jara, conociendo su música!

Su voz dulce, sin remilgos, auténtica, así como era él, fluye a través de los parlantes. Nos corresponde hacer la guardia en su honor. Somos los estudiantes de la UTE, los que junto a Víctor fuimos detenidos en nuestra querida casa de estudios ese fatídico 11 de septiembre y desde allí, prisioneros, llevados al entonces Estadio Chile. Encabeza la fila Mario Urzúa, Emilio Daroch, Fedora, Juan Jiménez………Quisiera guardar en mis retinas, para siempre este momento cargado de la más pura emoción. Siento una sensibilidad que me brota desde adentro y me cubre toda la piel, siento verdaderos escalofríos. Miro al cielo, cierro los ojos y lo recuerdo: “Lleno de vitalidad, derrochando vida, amor”. Recorriendo los pasillos de nuestra universidad, con su guitarra al hombro, en el casino de la Pancha, con un cigarrillo en sus labios y un café humeante en sus manos, hablando de política, del compromiso de los jóvenes con el gobierno del compañero Salvador Allende, piropeando a las mujeres hermosas, cantándole al amor, a la paz... Las lágrimas me brotan sin poder evitarlo, ¡No sé qué hacer! ¡No estaba preparada para tanta pena! Seco mi cara con mis torpes dedos, no sé donde poner mis brazos, miro a Mario, con la cabeza y su mirada me infunde aliento. ¡Pero si son tantos los años los que han pasado! ¡Y todavía nos quedan lágrimas por derramar! Como el poeta Pablo Neruda en sus versos al guerrillero Manuel Rodríguez: “Pasan y pasan los años, la herida no se ha cerrado”… ¡Nunca podrá cerrarse esta herida inmensa que dejaran los que creyeron alguna vez que matándote, matarían nuestros sueños! ¡Al igual que al guerrillero, Víctor Jara, la herida de tu asesinato, de tu sacrificio, jamás se cerrrará y jamás nos cansaremos de llorarte!



Viernes 4 de Diciembre




La jornada ha sido larguísima, hasta altas horas de la madrugada la casa del poeta ha permanecido abierta para que nadie que quiera rendirle un último homenaje, se prive de hacerlo. La Presidenta de la república también ha querido estar presente y emocionada ha formado parte de una guardia en su honor. Hasta el Galpón han llegado distintos personajes del espectro político y cultural del país y sobre todo ha llegado el pueblo mismo, ese pueblo que el artista tanto amó, al que le escribió sus más bellas canciones, sus más hermosos poemas, ese anónimo pueblo que desafiando el calor y el cansancio ha esperado infatigablemente el brevísimo momento de poder estar cerca sus restos.

Son más de las siete de la tarde, desde muchas cuadras antes de llegar a la improvisada “capilla”, se siente la música y la algarabía. La plaza está absolutamente repleta, desbordada hacia las calles aledañas, en un costado del polígono un gran escenario contiene a los innumerables artistas que han venido a rendirle tributo al más grande de sus íconos. Nos cuesta adentrarnos entre la muchedumbre, no me suelto de la mano de Giorgio. El ambiente es de fiesta total, las familias enteras; padres, abuelos, con sus pequeños hijos sobre sus espaldas. La música de sus canciones a través de los altos parlantes contagia. Los vendedores ambulantes vocean todo tipo de mercancías con su nombre e imagen: cintillos, pergaminos, banderas, gorros. Logramos después de mucho presionar situarnos cerca de la puerta del Centro Cultural.

Nos abrazamos con la Jany y su linda familia; su compañero Christian, la hermosa y juvenil Fernanda. Ahí están la Paula, la Loreto y su Manuel, junto a sus pequeñas hijas, cuyas frentes engalanadas por unos colorinches cintillos reza: “Víctor Jara Vive” Muy cerca de nosotros una pareja se atreve a bailar un pie de cueca, le hacemos “rueda”, los animamos, otras parejas la imitan, al ritmo del Illapu, los bailarines se multiplican. Desde todos los rincones brotan los músicos que con sus quenas, charangos y los más increíbles instrumentos autóctonos y otros más sofisticados los que no les cuesta nada incorporarse a la alegría.

Mientras tanto la interminable romería de seguidores de Víctor pareciera que no va a acabar jamás, de la manera más ordenada, sin ningún disturbio que pudiera ofender su memoria, su pueblo desfila lentamente hacia el Galpón donde se encuentra el ataúd con sus restos. Nuestro grupo de la UTE crece y crece, la Martita del Tito Peña me abraza cariñosa, Iván, la Grace, Cristina. Las banderas naranjas de la UTE flamean desde todos los rincones de la imponente plaza, los rostros amigos aparecen, nos abrazamos
comentando “la fiesta de Víctor”, para luego perderse entre el enorme gentío. Allá lejos, arriba del enorme escenario los artistas de todos los estilos, de todas las edades se suceden sin cesar.

La noche está cálida y generosa, el cielo está más estrellado que nunca, los astros también han querido sumarse al “baile de los que sobran”. Somos demasiados los que no cabemos en este sistema elitista e implacable. La luna ilumina los rostros de las gentes que sonríen afables, nada provoca o altera “La Fiesta de los que sobran”, no hay fuerza pública cerca, “los pacos” brillan por su ausencia, nadie los necesita, nadie los llama.

Sobresalen grupos de extranjeros de todas las edades, con sus atuendos característicos, europeos, norteamericanos, brasileños, caribeños; con sus caras de curiosos y complacidos turistas, observan el fenómeno para ellos inexplicable. ¿Cómo se explica que el recuerdo de Víctor Jara, después de larguísimos treinta y seis años todavía permanezca inalterable en la memoria de nosotros los chilenos?. Pero son los jóvenes los que más abundan, eso es lo que más nos emociona, ¡son tantos!, de todos los pelajes sociales, de todos los estratos culturales. ¡Todos conocedores de tu obra, de tu vida, de tu trágica muerte! ¡Qué gran semilla es la que sembraste querido Víctor!, Aquí están los que mañana a sus propios hijos contarán:

“Que, hubo una vez, en un pequeño y lejano país llamado Chile, un príncipe, el príncipe de los más pobres, que le cantó a los más sencillos, a los más humildes de su país y de la tierra, porque el propio príncipe era uno de ellos. Y dijo tantas verdades en cada una de sus canciones y poemas, verdades que nunca antes, otros se atrevieron a cantar. Y denunció cada injusticia, cada felonía que los poderosos cometían contra sus propios trabajadores, contra los indefensos, contra las mujeres y niños. Pero un negro día, la peor de las pesadillas azotó a esta indefensa tierra. Una tropa de vendidos al capital extranjero, un grupo de milicos cobardes y golpistas, apoyados por un puñado de civiles vende patria apuntaron sus armas contra sus mismos hermanos desarmados, contra ese mismo pueblo indefenso, que este príncipe amaba por sobre todas las cosas. Y los valientes soldados mataron a miles de chilenos y entre ellos al valeroso príncipe. ¡Y necesitaron más de cuarenta balazos para matarle!, ¡Le acribillaron su cuerpo y el príncipe no moría! ¡Pobres ilusos, verdugos facinerosos, comprobaron como el cantor no muere con su canto, cuando éste es verdadero! Y su poesía se extiende mucho más allá de las fronteras de su país, mucho más lejos, en el mundo entero cantan sus versos cuyas estrofas permanecerán vigentes hasta siempre jamás…



Sábado 5 de Diciembre



Hoy es el último día que permaneceremos junto a los restos de nuestro amado Víctor. Me visto con mi polera naranja de la UTE VIVE, junto a Giorgio quien porta varias banderas de la UTE. Abordamos el metro-tren en la Estación Ciudad del Niño. El vagón viene semivacío, con algunos pasajeros de pie. Son las ocho 45. Somos el blanco de las miradas.
Un lolo de no más de veinte años me habla: ¿Van al funeral de Víctor Jara?, Yo estudié en el Liceo Aplicación, conozco sus canciones y admiro a Víctor, participé en la “Revolución Pingüina”, no puedo asistir al cementerio, no me dieron permiso en la “pega”.
Por otro lado, a Giorgio le habla un joven de poco más de treinta: “Soy Ingeniero, estudié en la USACH, voy a su funeral, es nuestro más grande poeta, el más poderoso ejemplo de entrega por la causa de los pobres”. En el vagón se siente un murmullo respetuoso, la gente nos mira con una especial solemnidad. Desciendo de la estación con la moral muy en alto, comprobar que nuestro cantor es tan respetado nos llena de legítimo orgullo.

Caminamos desde la Alameda con Cumming y la desesperación se empieza apoderar de mí, comprobar la cantidad de gente que se ha aglomerado ya y que van al mismo destino que el nuestro, cuando recién son poco más de las nueve de la mañana, me produce una gran ansiedad. En las calles paralelas al Galpón se encuentran ya estacionadas, comparsas de batucadas, de chinchineros multicolores, diabladas con sus máscaras y rituales nortinos, bandas de música representando a innumerables organizaciones sociales y sindicales.

Ahora sí que cuesta desplazarse, la densidad humana está compacta, me intranquiliza la posibilidad de no poder encontrarme con los míos, desde muy lejos diviso las poleras naranjas, Giorgio como un oso gigante me abre paso entre la multitud para que no me hagan daño. A pesar del gentío y de las altas temperaturas que se nos vendrán encima, la gente sigue afable, cooperadora, no se observa “mala onda” por ningún lado. Conseguimos que los que se encuentran detrás del cerco humano nos reconozcan y nos dejen pasar. Por fin nos situamos casi en las puertas del galpón. Se llevan a mi Giorgio para efectuar labores de contención, verdaderas cadenas humanas que se formarán alrededor del féretro para evitar un posible debacle por efecto de la multitud.



Por fin estoy entre mis pares, me encuentro con la María Victoria, Amelia, Marcela, Chalía, Erika, Paloma, Fedora, Martita Elizondo. El sol empieza a dejarse caer sobre nuestras cabezas y sobre nuestros cuerpos implacablemente. Nos alistamos al lado de la gente de la Universidad Arsis, hombres y mujeres de CUT, fotógrafos, camarógrafos, periodistas. Mi baja estatura me impide ver la masa humana concentrada, mis ojos no alcanzan a dimensionar semejante muchedumbre.

Pierdo la noción del tiempo, de la hora, el sol abraza, la presión de la gente se hace notar y hay momentos demasiados álgidos. Por fin se abren los portones de su casa cultural. Salen Arrate, Tellier, Auth, la caja mortuoria llevada por los cercanos. Alex Zamorano de la UTE y sus ojos cargados de cansancio y de lágrimas, Jorge Coulon, Rodrigo Cerda, con sus rostros llenos de fatiga y de emoción. Poco a poco se va restableciendo el orden, firmemente con Marcela y Martita entrelazamos nuestros brazos, protegiéndonos de no sé qué peligro, tengo muchas ganas de llorar a gritos, el aire está de cargado de pena, de llanto contenido, no tengo tiempo de observar otros rostros, me concentro en mi propia angustia y callada y solitariamente doy rienda suelta a toda mi impotencia contenida y lloro y lloro hasta que me canso de tanto, tanto llorar. Y lentamente nuestros pasos se ordenan detrás del multitudinario cortejo.

Salimos de la calle Huérfanos, enfilamos por Compañía hacia el centro. Ensayamos nuestros gritos de guerra, los UNI se suceden, nuestras banderas de combate flamean así como ayer, igual que ayer. Cuando nos tomábamos las calles exigiendo mayor presupuesto para nuestra Universidad al gobierno reformista de Frei Montalva, cuando en las calles, de cara al pueblo apoyábamos a nuestro propio gobierno, el gobierno de los pobres, el gobierno del Doctor Salvador Allende.

Con la masa de gente copamos la calle de solera a solera, coreamos las canciones de Víctor, los altos edificios nos sirven de eco a nuestros esforzadas gargantas. Las poleras naranjas de la UTE se dispersan, unos van y otros se incorporan a este maravilloso grupo humano. Las mujeres tratamos de no separarnos, se nos une la Gloria Jara y su compañero Felipe, su familia, la querida Katiuska del pedagógico, se vino sola de Machalí, allí vive, no podía estar ausente me dice abrazándome, recorremos largas cuadras recordando a tantos que ya no están, y recordando tantos momentos de entrega y felicidad vividos tan plenamente. En las construcciones en altura se observan banderas chilenas que flamean respetuosas, en las ventanas vecinos aplauden, pequeños que en sus manitas regordetas agitan retratos del artista profanado.

La romería crece y crece, decenas de peregrinos se incorporar desde las veredas aledañas. Mi hijo mayor Italo, el periodista, junto a su compañera argentina, Florencia se nos une, me siento llena de orgullo tenerlo junto a mí, lo presento a mis amigas. Desde muy pequeño junto a su hermano Gianni, supieron llamar a los ángeles del sueño con la más dulce canción de cuna cantada por Vitoco:”Duerme, duerme negrito que tu mama está en el campo”… ¡Y por supuesto que mi hijo no existía cuando el poeta fue inmolado, sólo lo conoció a través de mí, de sus canciones, de sus versos y aquí está junto a su madre, camina que te camina junto a Víctor, junto a tantos!

Se siguen acoplando rostros queridos al desfile de banderas y cánticos. La Alicia Rivas de U de Chile, la hermana de mi querida amiga Leonor, nos abrazamos jubilosas. Mi prima Teresa, la Uca, mi compañera de los juegos y de los sueños de la infancia, hija de mi amado tío prisionero muerto en el exilio. Los gritos de UENI- TECNI, UNA-TECNA resuenan en el cielo. Llegamos al río Mapocho, nos esperan multitudes apostadas en las veredas, en los paraderos de micros, arriba de los postes. La romería es interminable, las pergoleras inundan el aire de pétalos, las calles se tapizan de aromas y colores. Enfilamos hacia la Avenida la Paz, tomamos Recoleta hacia el Cementerio General.

A la entrada del cementerio un escenario, por supuesto que yo no lo alcanzo ni siquiera a divisar. Cesamos nuestro peregrinar, no siento ,cansancio, hemos caminado casi cinco horas. El Intillimani con Jorge Coulon a la cabeza ofrendan a Víctor su cántico, la Ericka Martínez Osorio y la Paloma Zamorano Flores, dos hermosas jóvenes leen unas palabras de despedida. Sus padres son genuinos representantes de esa gloriosa Universidad Técnica del Estado que el año 1973, con su rector a la cabeza don Enrique Kirberg, con su presidente de la Federación de Estudiantes, compañero Osiel Núñez, contigo inolvidable Víctor, y con cientos de estudiantes fuimos tomados prisioneros , torturados, muchos asesinados, otros desaparecidos. ¡Y los que quedamos aquí estamos, con nuestros hijos, rindiéndote un tributo, a ti, Víctor Jara Inmortal!

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