lunes, 20 de diciembre de 2010

RECORDANDO A LA INOLVIDABLE MARTA UGARTE, CASI EN VÍSPERAS DE NAVIDAD




Sus ojos se cerraron


Mi amiga Iris me llamo el otro día, en la noche tarde. Me pidió escribiera para compartir con ustedes sobre Marta Ugarte.

Solo al día siguiente recuerdo su solicitud. Creo que pocas veces he leído algo de ella, a pesar que de tantas líneas la memoria de mis ojos se ha adueñado.

Prodigiosa mujer, con tremendo potencial humano que puedo decir…, de su capacidad de entrega, rebozante de energía, buscando incesantemente la justicia e igualdades sociales.

A mi llegada del trabajo en casa y dispuesta a llamar a Iris para que desestimara, esta tremenda pretensión.
Una vez mas y como siempre, me siento en el patio, dispuesta a mirar el tazón de té del cual bebo, sentir los árboles, el sol, de encontrarme con el viento o la lluvia, que de seguro ha estado presente todo el día y que no solo yo, sino muchos, ni siquiera logro darme cuenta.

Miraba la nada, y entre las cargadas ramas me encuentro con Marta. Hola, le dije, muy tímida y sorprendida, no lo podía creer…. Como no me respondió decidí invitarla a un terreno que considero mío… ¿Marta quiere aprender el vitral?

Algo nos interrumpió y le deje una nota escondida en aquella buganvilia tan añosa, escribí….Marta yo te enseño, es fácil, solo necesitamos estar juntas. Mañana a mi llegada te encuentro para que trabajemos, y puse mi nombre de firma, para que ella me aceptara como alguien conocida.

Que hago Iris, no puedo tomar mi computador para escribir nada, me salta mi corazón, como contar este encuentro, si algo quiero plasmar va a ser con tinta y a mano, de ése modo mi cuerpo completo sentirá como mis sienes se agolpan, como mis ojos brillosos contienen un río caudaloso y como mi respiración luchadora busca el tan ansiado aire.

Llegue más temprano, no fuí al gimnasio, tampoco cociné para mi familia. Solo comencé a disponer sobre una mesa las maderas, lápices, alicates y vidrios, los más hermosos, los más brillantes. Comienzo a beber mi tazón con té y siento entre las hojas, los pasos firmes de quien yo esperaba. Vi su pelo, unos ojos vivaces, un porte quizás más alto que el mío. Me dijo mi nombre.

Sacamos los vidrios, vimos un arco iris de celestes, verdes, dorados y amarillos. Estábamos felices de conocernos y compartir esta transparencia dura que tiene el vidrio y todo su color que nos hizo soñar.

En el año quizás 74, ella tenía 42 años al momento de su muerte. Pensé por lo tanto, yo soy mayor, si le presento mi risa fácil a lo menos va a pasar conmigo unos 3 días, así aprende el vitral, y yo me robo sus elevados discursos, me sitúo como una tremenda mujer tan política como ella, me apodero de su fuerza y valentía.

Conocí a Marta exuberante, de ropa caprichosamente cuidada, con una agilidad en sus movimientos, parecidos a los de un cisne, tenía danza en su andar, su pelo era revuelto y sus manos firmes. Su aroma era como el tiempo, permanente cálido, fresco.

Me contó haber mirado por una ventana sin vidrio, en noches oscuras y las más frías de la historia nuestra, al otro lado vio pasar el diablo, con su cuchillo brillante y filoso, cortaba estrellas, perseguía silencios, atando manos y pies. Cuando caminaba, de la tierra saltaba sangre, gritaban voces mudas todas atrapadas por la bestia.

Ella vomitó sus entrañas, sin decir palabra, sin pensar en ellas. La envolvieron en un saco sin aire y en silencio, la tiraron en medio del océano. Estuvo en el fondo de una caverna marina, donde suelen dormir lobos y hienas, pero una noche de luna caminando sobre el agua pasó el amor, llevaba en sus olas miles de cabelleras de mujeres revueltas entre la sal del mar. Se desprendió de la pesadilla que le habían propinado y sin saber nadar, llegó a la cama más deseada, brillante de arena dorada, estaba tan cansada que solo pudo recostarse y esperar. Pero fue la luz del faro que hizo que los caminantes vinieran a su encuentro. Llegaron sus hermanas y familiares, también periodistas y serios investigadores policiales. La recibieron con dulzura, peinaron sus cabellos, otros revisaron sus manos buscando tesoros de escondidos piratas.

No había furia en su rostro, sino el reflejo de los miserables que quisieron ser invisibles y borrar hasta su sombra. Pero Marta estaba hecha de la dureza del amor, de esa transparencia dura como el cristal, estaba hecha para visitar patios envejecidos, mirar por las ramas de frondosos boldos, jugar con los colores de un vitral, no estaba hecha para encontrarse con un taciturno y débil olvido

Estuvimos tres días, y en ellos nunca calló lo que cree debemos continuar. Son ustedes quienes deben contar y recontar, publicar y republicar. Son ustedes quienes deben decir que les pasó en las cuatro paredes de la universidad esa noche del 11 al 12 de septiembre, son ustedes las que deben enseñar a reflexionar, sobre la paz, el amor y la barbarie de nosotros los humanos. No somos huérfanas, nos tenemos entre nosotras. Fue lo que me dijo antes de irse a otro patio a otra casa, a caminar por una calle con adoquines que llevan su nombre.

MARCELA LIZAMA

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