jueves, 30 de julio de 2009

FELICES 94 AÑOS, QUERIDO RECTOR ENRIQUE KIRBERG, TE DESEAN TUS ALUMNOS DE LA UNIVERSIDAD TECNICA DEL ESTADO Y LOS QUE TE ADMIRAN EN LA USACH



Este jueves 30 de julio de 2009, la Corporación UTE USACH saluda a Inés Erazo viuda de Kirberg, con ocasión del 94 cumpleaños de su esposo, nuestro querido e inolvidable rector, Enrique Kirberg, por quien levantamos hoy nuestro brindis para decirle que seguimos recordándolo y asumiendo su legado, porque en nosotros LA UTE VIVE y su mensaje y su obra siguen presente y señalando un camino para construir en el Chile del siglo XXI, una educación superior verdaderamente democrática, al servicio de los más necesitados, dcel desarrollo del país y que deje de ser un negociado aborrecible, para quienes puedan comprarla en el mercado.

Por eso hoy lo recordamos con las palabras del Dr. y amigo de nuestra Corporación, Luis Cifuentes, al presentar su libro, KIRBERG, TESTIGO Y ACTOR DEL SIGLO XX:

Supongo que no es superfluo dar una excusa por la pretensión de escribir un libro, especialmente para aquellos que ya habíamos cometido antes el pecado. En mi caso, la excusa es una historia: la de mi relación con Enrique Kirberg Baltiansky.
Lo conocí una tarde de sábado en abril de 1968. Un grupo de estudiantes de la Universidad Técnica del Estado lo habíamos invitado a un encuentro formal. El movimiento por la Reforma Universitaria, encabezado indiscutiblemente por los jóvenes y protagonista de masivas movilizaciones, había conseguido ya logros notables y seminales. Existían, de facto, cuerpos colegiados democráticos formados por profesores y estudiantes a nivel de departamento y sede; se había constituído la Comisión de Reforma con participación estudiantil; se estaba redactando la nueva Ley Orgánica de la UTE, meta que habíamos perseguido por años; el último rector elegido en el antiguo sistema, don Horacio Aravena, había renunciado y se había decidido efectuar una elección democrática de rector por primera vez en la historia de la universidad, por tanto, había sido necesario nominar un candidato de quienes nos pronunciábamos a favor de la Reforma.

Don Enrique no me perdonaría si yo hoy les dijera a Uds. menos que la verdad. Entre los jóvenes impulsores de la Reforma, Kirberg era un perfecto desconocido. Su calidad de cofundador de la UTE en los años 40 era un hecho demasiado remoto. En aquellos tiempos, para nosotros, poco más que adolescentes, los veinte años transcurridos eran una eternidad.
En torno a las tareas de la Reforma, el movimiento estudiantil había exhibido un altísimo grado de unidad, por encima de diferencias políticas o doctrinarias y habíamos ya considerado otros candidatos para darles nuestro apoyo. Entre ellos, recuerdo a Don Mario Osses, director del Instituto Pedagógico Técnico; don Nicolás Ferraro, escritor, arquitecto y director del Depto. de Matemáticas de la Escuela de Ingeniería; el Dr.Reinaldo Irrgang, creador del Laboratorio Central de Química, todos ellos, firmes partidarios de la Reforma y destacadas figuras de la vida académica de la UTE.

A modo de anécdota, contaré que me correspondió, en representación de la Federación de Estudiantes, sostener una conversación de más de ocho horas con uno de estos posibles candidatos, la que iniciamos en la UTE y finalizamos de madrugada en el Club Militar. El académico involucrado estaba más que interesado en ser nuestro candidato, pero no ofreció las garantías programáticas exigidas por nosotros. Lo menciono para demostrar que los estudiantes nos tomamos muy en serio la elección de rector.
Pero, en años de haceres colectivos, de fidelidades ideológicas y de disciplinas institucionales, las dinámicas partidarias eran decisivas. El Partido Comunista, teniendo en cuenta la influencia que su Juventud tenía en el movimiento estudiantil de la UTE, había propuesto como candidato a Enrique Kirberg, un hombre de sus filas. Dado que ese partido carecía casi por completo de apoyo entre los docentes, tal candidatura había sido sometida a consideración de los estudiantes. Por estas razones, la asamblea de esa tarde de abril tuvo más de examen que de bienvenida. Queríamos saber si este empresario ingenieril y profesor por horas de la UTE entendía o no nuestro movimiento, si era capaz de representarlo y de contribuir a él.

Don Enrique llegó sin poses, vistiendo sobriamente, desplegando la sencillez que siempre lo caracterizó. Habló en tono mesurado y profundamente respetuoso. Lo interrogamos. Yo le hice tres preguntas que había preparado con saña y que formulé con vehemencia poco pertinente. Respondió todo, revelando un conocimiento incompleto de nuestro movimiento, pero una comprensión propia del fenómeno universitario y, en particular, de la UTE. Al momento de terminar el prolongado y arduo diálogo, supimos que contábamos, más que con un candidato, con un interlocutor serio y dispuesto a aprender de nuestra experiencia y de nuestros planes. Quedó claro que él no era un teórico, sino un hombre de acción, con muchas ganas de hacer cosas. Nos conquistó, más que como seguidores, como compañeros.

Durante la campaña seguimos conociéndolo. A decir verdad, casi nadie daba un peso por esa candidatura, sustentada por los estudiantes, que contábamos sólo con el 25% de los votos del Claustro Pleno. En algunas sedes provinciales Kirberg tuvo serias dificultades para conseguir acceso al campus. Tanto sus ideas políticas como su condición de judío fueron lanzadas en su contra.

Uno de sus adversarios, a quien llamaré Perengano, hizo su campaña en torno al lema "Perengano es chileno", a pesar de que sus apellidos sonaban tan poco mapuches como Kirberg o Baltiansky. Pero nuestro entusiasmo resultó contagioso y la personalidad de don Enrique conquistó un gran número de adeptos. Ante el despavorido asombro de muchos, ganamos a la segunda vuelta, en agosto del 68. Kirberg obtuvo un 80% de los votos estudiantiles y más del 50% de los votos en el estamento docente.

En su nuevo rol de rector electo por la comunidad, Kirberg valoró permanentemente el papel motriz del movimiento estudiantil y nos trató de igual a igual. Cuando las discrepancias fueron serias, las planteó con sinceridad y energía. Jamás nos aduló. Cuando las tendencias sectarias que por largo tiempo han caracterizado a la vida política chilena se manifestaron, don Enrique nos recordó que él era el rector de la UTE y no de la izquierda.

Entre las pugnas políticas y el desarrollo de su universidad, siempre se inclinó por lo segundo. Cuando se vio en minoría entre sus propios camaradas, no dio batallas inútiles, sino, simplemente, ignoró aquellas decisiones que hubieran perjudicado el rumbo de la Reforma y aplicó su propia línea, amplia y con vista al futuro, que tanto apoyo le trajo entre los independientes de la UTE y que, en definitiva, posibilitó sus dos reelecciones en 1969 y 1972.

Sus cinco años de rectorado se plasmaron en una transformación gigantesca y positiva de su universidad, a la que me he referido en detalle en otros lugares. Si bien la Reforma estuvo lejos de ser perfecta y quedó incompleta por su abrupto fin en 1973, acaso sus resultados más decidores hayan consistido en que la UTE recibió un formidable respaldo ciudadano de Arica a Punta Arenas y aventó su autoimagen de universidad segundona, con la que cargaba desde su fundación, atreviéndose a todo.
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Después del golpe de Estado y su secuela, que significaron 62 víctimas fatales comprobadas de la UTE, pasaron años en que no vi a don Enrique. Supe de su condición de preso político y de exiliado en los EEUU. En mi propio exilio tuve noticias de su prolongado trabajo que condujo a la publicación del libro "Los Nuevos Profesionales", un recuento completo, aunque acrítico, de la experiencia reformista de la UTE. Supe también de su apoteósico retorno en 1987, cuando, al cabo de doce años de exilio, dos mil estudiantes lo pasearon por el campus de su desnombrada universidad al grito de "¡Aquí está nuestro rector!". Tal vez en 1988 decidí que quería escribir un libro que tuviera a Kirberg como protagonista y esperé la oportunidad de proponérselo.

La ocasión se presentó en Santiago en enero de 1990. Yo vivía aún en Gran Bretaña y estaba de paso en Chile. Nos encontramos en la USACh, con motivo de la inauguración de una escuela de verano de la Federación de Estudiantes. Fui al grano. Recibió mi propuesta literaria con reticencia. Me explicó que un amigo suyo, un escritor destacado, le había ofrecido escribir su biografía y que él había aceptado, por lo tanto, pensaba haber contraido un compromiso que imposibilitaba un segundo libro. Contesté que mi plan era mucho menos ambicioso que una biografía y que no excluía la posibilidad de ella. Yo pretendía tan sólo trazar un retrato de la figura pública de Kirberg. Vendiéndole la pomada, le dije que el libro que yo planeaba podría ser el punto de partida para que otro autor escribiera una biografía. Esto pareció convencerlo a medias y, días después, aceptó mi propuesta.

Procedí entonces a grabar con él una entrevista que me permitiera preparar los cuestionarios que servirían de hilo conductor al libro. Volví a Inglaterra, dejándole a él la tarea de escribir una cronología, un recuento conciso de los principales acontecimientos de su vida, año a año, a objeto de activar sus recuerdos y precisar la secuencia de los acontecimientos.

Hubo, sin embargo, una nube negra sobre el proyecto. En medio de nuestra nutrida correspondencia se me ocurrió incluir un artículo mío sobre el predicamento del socialismo real, cuya debacle estaba recién iniciándose. Don Enrique se vio afectado por mi crudo análisis de la historia del socialismo leninista y por mi afirmación de su inviabilidad. Esa expresión escrita de mis opiniones le pareció inaceptable. Me comunicó por carta su desacuerdo y su decisión de abandonar el proyecto, dado que un libro sobre su persona escrito por alguien con opiniones tan distintas de las suyas, podía, en sus palabras, "confundir a la gente". Respondí con una extensa carta en la que terminaba pidiéndole una decisión definitiva en torno al libro. De alguna manera mis líneas lo convencieron y me respondió de inmediato, señalando su decisión de continuar.

En enero de 1991 grabamos, en Santiago, las entrevistas. Volví a advertir la firmeza de sus convicciones, su espíritu de nunca abandonar su antigua cruzada contra la injusticia. Una y otra vez se hizo presente su amor por su universidad, su preocupación por la agresión y el enorme daño hecho a ella por la dictadura. Entramos también, con la grabadora cerrada, en detalles íntimos y me impactó la honestidad de sus recuentos. Protestó por algunas preguntas mías que le parecieron demasiado críticas. Le dije que, precisamente, la renuencia a reconocer y examinar lo poco grato había estado en el origen del derrumbe del socialismo.

Don Enrique se soltó y, con sinceridad, expresó opiniones críticas sobre temas, para él, delicados. Llegó un momento en que su fuerte sentido de la militancia lo hizo plantear la necesidad de omitir algunas de sus afirmaciones, por temor a que pudieran ser, en sus palabras, "utilizadas por el enemigo". Argumenté acerca de la escasa virtud de la autocensura en torno a debilidades que eran vox populi hacía décadas y que ya era imposible e inútil ocultar. Afortunadamente logré convencerlo y el libro recoge también esas opiniones.

Poco tiempo después me comunicó el diagnóstico de su grave enfermedad. Apuramos el paso. En enero del 92 le entregué, en su casa, la primera versión del manuscrito. Su salud ya era muy débil. Me comunicó su firme decisión de terminar el trabajo. Como siempre, cumpliría su palabra. En marzo del 92 recibí carta con sus últimos comentarios, concluyendo su aporte al proyecto.

Poco después, encontrándome yo en EEUU, un llamado telefónico me comunicó su fallecimiento. Esa misma noche escribí el artículo titulado "Kirberg: el perseverante optimista", que sería publicado por el diario La Epoca y que reproduje en el libro a modo de prólogo.

La obra que hoy lanzamos es un resultado de mis encuentros y desencuentros con don Enrique a lo largo de casi 24 años. El balance final es, para mí, uno de afecto y admiración por ese hombre profundamente humano, positivo y consecuente. Espero que este libro ayude a difundir su legado, hacerlo llegar al mayor número posible de personas.

A quienes me han preguntado en qué consiste ese legado, los invito a buscar una respuesta propia a partir de la lectura del libro. Posiblemente Kirberg haya representado algo distinto para cada uno de quienes lo conocimos.

Como afirmo en el prólogo, soy un convencido de que "la tenaz semilla de Enrique Kirberg permanecerá. Somos muchos sus porfiados discípulos que andamos sueltos por el mundo, sembrando y empujando sueños onerosos y llevando en nuestras almas, en negro y anaranjado, las tres letras cordiales: UTE".

Intervención de Luis Cifuentes Seves. Académico, escritor, dirigente estudiantil de la UTE, pronunciada en la ceremonia de presentación de su libro "Kirberg: Testigo y Actor del Siglo XX", efectuada el 13 de abril de 1994 en la Sala Enrique Frömel de la Universidad de Santiago.


http://www.ute.cl/
LIBROS. 2.- Luis Cifuentes S., "Kirberg: Testigo y Actor del Siglo XX", retrato de Kirberg en sus propias palabras.

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