martes, 11 de septiembre de 2007

EL ONCE DE SEPTIEMBRE DE 1973: LA UNIVERSIDAD TÉCNICA RESISTIÓ











Artículo de nuestra compañera Iris Aceitón en THE CLINIC, acerca del 11 de septiembre del 73 en la UTE.









Gentileza del periodista Italo Franzani, hijo de Iris.





...Y todavía no olvido
Iris Aceitón*

Me había acostado casi de madrugada. Hasta muy tarde estuve en la U. El Presidente hoy nos visitará y hará un trascendental anuncio. Había que tenerlo todo en orden.
Orgullosa y coqueta me planto en mis ajustados jeans y mi camisa de la jota. Los golpes en la puerta me sobresaltan. Alejandro, estudiante de la escuela dental de la Universidad de Chile, a medio vestir y con la preocupación en el rostro me grita: “¡los gorilas se sublevaron, hay golpe de estado!”
¡Son los rumores de todos los días! Contesto incrédula y sigo maquillándome. “Imposible, Allende va hoy a la UTE, llamará a un plebiscito. Será un tapa boca para todos estos momios fascistas. Van a cagar estos golpistas cuando vean el apoyo que tiene nuestro gobierno”… agrego.
Me llama la atención la Gran Avenida tan solitaria, casi no hay locomoción. Son más de las nueve y no quiero atrasarme más… estoy ansiosa. Hago dedo a una renoleta “¿Dónde te diriges?” pregunta con cara de galán barato su chofer. “Voy a estudiar a la casa de una amiga cerca de la Estación Central”… mentí. La intuición me dice que no debo confiar en este individuo. “Es mi camino, voy a mi fábrica en la calle Exposición. Dicen que se sublevó el Ejército, ojalá maten a todos estos rotos marxistas. No debe quedar ningún upeliento vivo”… escupió, recorriéndome de pies a cabeza con su lasciva mirada. Bordeamos el Parque Cousiño y los arsenales de guerra. Veo tanques y milicos por todas partes mientras que la radio Agricultura sintonizada en el auto entona himnos militares. El nerviosismo se apodera de mí. “Déjame aquí por favor” le grito y me tiro abajo aprovechando el lento avanzar del vehículo.
Camino desorientada en una mañana fría y gris. Mi vehemencia juvenil y mi ignorancia me llevan a preguntarle a un milico con cara de niño por el significado del brazalete naranja que lleva en el brazo. “Supongo que ustedes están con el gobierno que eligió el pueblo. Porque tú eres pueblo igual que yo”…le digo increpándolo. “Ya, ya, ya, córrase. Nosotros no podemos hablar. Váyase o voy a tener que detenerla” me contesta nervioso el pelado con uniforme.

Cruzo calle Blanco. Empiezo a sentir miedo. La gente camina presurosa y con preocupación en sus caras. Paso a la sede de la jota en calle República, mucha gente entra y sale mientras un compañero me grita para que me saque la camisa. No quiero perder tiempo. Llego a la casa de la tía Alicia quien cariñosamente me ofrece desayuno. Guardo mi camisa en el morral y sigo mi camino por la Alameda hacia abajo.
La Estación Central está rodeada igual que la UTE (Universidad Técnica del estado). Micros, jeeps, tanquetas y milicos están en todas partes, todos con el brazalete naranja. Intento entrar a la U por la puerta del Tattersall. Suplicando le invento a los porteros que mi hermana embarazada estaba adentro con síntomas de pérdida y necesitaba llevármela.
¡Gracias a Dios estoy adentro! con los míos… nada me puede pasar. Corro por los pasillos llenos de gente, ya estoy en mi universidad. Cancino, jardinero y compañero del PC, me abraza con los ojos llenos de lágrimas contándome que nos volaron las torres de la radio en la madrugada. “Vamos a salir de ésta nuevamente” le contesto.
Somos muchos. Empleados, académicos, estudiantes, comunistas, socialistas, mapus, radicales, miristas independientes y algunos demócrata cristianos.
El casino de la Pancha está a punto de explotar por los cafés humeantes y los cigarrillos consumidos hasta el filtro. Crecen los rumores en todos los sectores. El ejército se divide ¿dónde está el General Prat? La radio de la FEUT (Federación de Estudiantes de la Universidad Técnica) entona: “Venceremos, venceremos, mil cadenas habrá que romper”
¡Ampliado general en el paraninfo! Voy gritando en tanto recorro la escuela de ingeniería, el foro griego, el patio de las rosas y la sala del honorable consejo universitario. Se repleta el paraninfo. Nuestro rector, don Enrique Kirberg, con su elegancia de siempre y su rostro preocupado junto a nuestro presidente de la FEUT, Osiel Núñez, encabezan la reunión. Ambos informan a la muchedumbre ansiosa: “Se alzaron las Fuerzas Armadas contra el gobierno democráticamente elegido. Pronto hablará el compañero Salvador Allende” La orden del día es: Todo el que quiera retirarse tiene la libertad de hacerlo. Hágalo ahora mismo.
Nosotros como universidad aquí nos quedaremos. Esta es nuestra casa, nuestro compañero presidente la escogió para hablarle al país y llamar a un plebiscito. Es nuestra manera de decirle al compañero presidente que estamos con él, con la democracia y con el gobierno que nosotros elegimos.
¡¡U-N-I………TECNI
U-N-A……. TECNA
U-N-I
U-N-A
UNIVERSIDAD
U-N-I
U-N-A
UNIVERSIDAD TÉCNICA
CON ALLEEEEENDE!!
¡¡Ni con un golpe de estado, no nos moverán
Y que lo crea que haga la prueba
No nos moverán!!
… fueron los primeros cánticos que se nos vinieron a la cabeza.
Son muy pocos los que dejan la universidad, algunos avergonzados explican sus razones y otros se van de manera discreta y a escondidas,
Mi corazón está a punto de explotar. Orgullosa y arrogante pienso que somos mayoría, los mejores. Nos dividimos para cubrir todas las escuelas. Me voy al vetusto edificio de la EAO (Escuela de Artes y Oficios). En sus hermosos patios coloniales contabilizamos las colaciones ¿Cuánto tiempo permaneceremos aquí? ¿Habrá suficiente café? Hay harina… podemos hacer pan si es necesario.
En un patio de la vieja escuela veo a Víctor Jara afirmado en su guitarra junto a Pumarino. Él tiene tiempo para dedicarme unas bellas palabras. Lo abrazo y le digo: “¡Cuanto material tienes ahora para componer Vitoco!”
Anochece, Giorgio - mi compañero - está en Chilectra, su lugar de trabajo. Hablamos por teléfono por última vez. Mataron a Allende, comentamos entre sollozos y nos juramos todo el amor que nos desborda con la incertidumbre de no poder concretarlo jamás.
En una pequeña logia con colchonetas en el suelo nos encerramos Inés, Iván y a quien le decíamos el “súper cabro” cuyo nombre de pila no logro recordar. Los vidrios de la sala estallan en mil pedazos, las balas zumban y atraviesan los patios. Acurrucados pensamos que es el final. La resistencia la hacemos con nuestros puños apretados llenos de quimeras rotas. Un estruendo remece los muros del viejo edificio cuando de un cañonazo el imponente portón de la escuela se va abajo. De un golpe se abre la sala donde nos encontramos “¿Dónde tienen las armas perras comunistas?” Grita un milico. Me levanto espantada cuando de inmediato un bototo se entierra entre mi traste y mi espalda, una mano me levanta jalando mi largo pelo, miro la cara de aquel perro con uniforme y observo sus ojos inyectados de odio.
El añoso patio de la EAO está cubierto de cuerpos y paso a ser parte de la masa humana que se encontraba de guata con las manos en la nuca. Más gritos, más órdenes, más balas, más llantos, más miedo. Mi pantalón se satura de orina y sangre. Un tenue sol nos dice que amanece.
“1-2-3 – 1-2-3 maracas marxistas, 1-2-3 – 1-2-3 apúrense putas comunistas” indican las instrucciones militares que nos hacen avanzar con las manos detrás de la cabeza. Salimos a la avenida Sur. El espectáculo es aterrador, la calle se encuentra tapizada de cuerpos boca abajo, con las manos en la nuca. Todo parece una escena de una película sobre los nazis, de esas que tanto me horrorizaron en el cine.
Miro los ventanales de la casa central destruidos totalmente. Pienso en la sala del consejo y en el cuadro de Roberto Matta que cuelga en el fondo. Pienso en Alejandro Lipschutz y Pablo Neruda con sus clases magistrales. Mis brazos caen fatigados y de inmediato un fuerte golpe en la nuca me obliga a recuperar las fuerzas.
Antes de llegar a la Alameda nos obligan a detenernos junto a un muro con los brazos en alto. Un verdugo ordena fuego antes que una ráfaga de ametralladora resuene en el aire. Mantengo los ojos cerrados y sólo siento el olor a pólvora. Esto debe ser morir me digo cuando me concentro en los ojos verdes de mi amor, Giorgio. Pienso en mi madre y mis hermanas. Estoy muerta, la muerte nos es dolorosa. Siento respirar muy cerca de mí, es Fedora la que me habla. “¡Estamos vivas!” me dice. Después me enteraría que se trataba de un simulacro de fusilamiento, uno de los métodos de ablandamiento más efectivos usados por la dictadura.
Nos suben a varias micros civiles. “Les daremos un tour por la ciudad” vociferan burlonas las hienas.
El aire es irrespirable, llegamos a la Plaza de la Constitución. Al fondo La Moneda todavía en llamas… aún humea. Se detienen frente al Ministerio de Defensa. Los valientes soldados corren a parapetarse. Hay fuego cruzado y franco tiradores desde los altos edificios, a esa altura nos dejan al medio como escudo humano. Los insultos y gritos me obligan a levantar la cabeza y mirar. Con su terno revolcado, su pelo revuelto, su carita sucia y ensangrentada se encuentra don Enrique Kirberg, nuestro rector. Lo van a matar… lloramos junto a Fedora.
No está claro lo que quieren hacer con nosotras. Son cinco micros llenas de mujeres de la UTE. Nos llevan al Estadio Chile. Filas interminables de hombres se encuentran trotando con las manos en la nuca, muchos heridos apenas se mueven. Diviso a Emilio, Álvaro, Súper Cabro, Aldo y al Goyo… luego lloro y lloro.
Casi copamos las graderías y siguen llegando prisioneros, obreros de Madeco, Carozzi y Lucchetti. Se oyen gritos suicidas como “¡Viva el compañero presidente Salvador Allende Mierda!” y “ ¡Viva el Partido Comunista!”
Un civil de tenida y peinado impecables nos empadrona. El Estadio Chile se llena. No caben más prisioneros. Nos ordenan volver a las micros. La incertidumbre nos consume. En la Alameda nos sueltan pero no sin antes advertirnos paternalmente: “HAY TOQUE DE QUEDA. CAMINEN A SUS CASAS CON LOS BRAZOS EN ALTO. A LA PRIMERA ORDEN DE ALTO SE DETIENEN. LOS SOLDADOS TIENEN ORDEN DE DISPARAR A MATAR A LA PRIMERA DESOBEDIENCIA”
Una vez libre caminé muchas cuadras durante horas con los brazos en alto. A mi espalda mi morral con mi estuche de cosméticos y mi camisa de la jota.

* Ex estudiante y sobreviviente del Pedagógico de la UTE
Septiembre 2007

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