El nacimiento de la Universidad Técnica del Estado, en 1947, surge como resultado de un largo movimiento de los estudiantes de las escuelas técnicas superiores chilenas agrupadas en la Federación de Estudiantes Mineros e Industriales de Chile, encabezada por el dirigente estudiantil Enrique Kirberg, fue un paso de proyección nacional, que siguió las tendencias mundiales.
Este se nutrió del pensamiento positivo que dio a luz la Escuela de Artes y Oficios, el 6 de julio de 1849, bajo el gobierno de Manuel Bulnes, para dotar al país que nacía, de los artesanos y técnicos que no tenía, a fin de fortalecer nuestra independencia académica, formativa y económica, disminuir la dependencia de profesionales provenientes del exterior, ahorrar recursos al país y crear capital humano propio.
La idea era entregar medios para que “se labrase la felicidad futura, constituyendo un factor importante para el progreso industrial”.
Pensar positivo es un acto difícil, en un mundo contradictorio, donde es más fácil encontrar aspectos negativos, crear adversarios y generar guerras, que entender y compartir con el hermano, el compatriota, el compañero, el camarada y el extranjero en un planeta que no es chileno, sino de todos.
Pensar positivo habría sido una España comprendiendo la necesidad de autonomía de sus colonias y que hubiera decretado una independencia sin violencia, ni muertos, que hubiera evitado guerras, fortalecido el intercambio, defendido el espíritu españolista que llevamos y reconocido la particularidad de los pueblos originarios y la tremenda originalidad del nuevo continente, engendrado en el encuentro de culturas y de amor interracial.
Pensar positivo desde el inicio de la patria habría sido juntar en un proyecto común, compartir el poder y las tareas del estado entre Carrera, O'Higgins, Rodríguez y otros próceres, y no crear por el contrario desde el comienzo esta nación de rivalidades que se eternizan y demuestran nuestra pequeñez.
Un pensamiento positivo habría evitado, la guerra civil en España, las dos guerras mundiales, el lanzamiento de las bombas atómicas de EEUU en Hiroshimay Nagasaki, lo que haría significado un ahorro de capital humano y material que fue destruido, pero que habría fortalecido la Humanidad y quizás erradicar la pobreza y las enfermedades.
Un pensamiento positivo en Chile habría sido un Balmaceda o un Allende terminando sus períodos constitucionales en paz, colaboración y comprensión, construyendo y no suicidándose acorralados por el odio y el espíritu revanchista.
Pensar positivo habría sido no descabezar, ni desmembrar a la Universidad Técnica del Estado, ni cercenar sus sedes regionales, y por eso subsiste la tarea de reconstruir aquella obra de generaciones de chilenos, sin destruir tampoco lo que se creó en estos años, pero partiendo de una concepción superior, que restaure en la universidad el espíritu de sensatez y de justicia.
¿Puede resurgir la UTE en el siglo XXI, a partir de una actitud constructiva y creadora de sus autoridades, profesores, estudiantes y funcionarios, que dé a la Universidad de Santiago, el lugar que le corresponde y le devuelva a la UTE el patrimonio material, humano, ideológico, académico y científico que amasó desde los tiempos de la EAO?
¿Por qué puede existir -a buena hora- hoy una INACAP que es nacional, que crece y se desarrolla y no una UTE, que fue castigada y arrinconada por la fuerza, en unos límites metropolitanos estrechos que la agobian, reducen y que finalmente van contra natura y contra la ley que la creo?
Pensar positivo es decir que la UTE VIVE, que no ha muerto y que en este siglo XXI puede y debe renacer y recuperar el lugar y el papel que siempre tuvo, un plantel al servicio del país y de esos sectores medios y de esa clase proletaria que no pueden acceder a una educación altamente comercializada, pero que también tiene inmensas capacidades para aportar a la edificación de una nación más justa y feliz, hecha entre todos, y no solo por un grupo de iluminados, o de una autodenominada "clase política" , que por ese egoísmo ancestral chileno, descalificador y autodestructivo, aún no entiende lo que es edificar un Chile verdaderamente nacional y conectado a todo el mundo, con los ojos y la mente abiertos, como en un acto de amor, auténticamente compartido y no demorar hacer realidad la premisa fundamental, que después de las tinieblas, debe venir la luz, siempre, todas las mañanas.
Rodrigo Cerda Iturriaga
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¿Qué es lo más importante que ha aprendido Ud. de la juventud?
ResponderEliminarKIRBERG: Aunque Ud. no lo crea, mantengo muy frescas mis vivencias de la juventud, mi vida
de estudiante, mi servicio militar, mis primeros y duros esfuerzos por ganarme el pan, casi sin
ayuda y mis inquietudes culturales nunca bien satisfechas. Esa juventud fue fuente de enseñanzas, a veces aprendidas con sacrificios, pero con esperanzas y optimismo.
También mantengo como recuerdos muy recientes lo que significó la juventud estudiantil, especialmente los estudiantes de la UTE durante los años de la reforma y luego, la reconstrucción universitaria. Los jóvenes me enseñaron, una vez más, que lo que se construye con alegría, entusiasmo y hermosas perspectivas es imperecedero. Aunque sea destruido temporalmente, vuelve a aparecer, como están apareciendo ahora los logros de aquella época.
La juventud de hoy me ha enseñado cuál es el producto que se obtiene después de 16 años de implacable dictadura. Aunque no los echo a todos en el mismo saco, he observado que muchas de las cualidades que adornaban a los jóvenes de los 60 y los años de Allende se han perdido o
distorsionado. No obstante, comienza a observarse la recuperación de algunas de ellas.
Repito, esto no es general, pero se observa la pérdida de la solidaridad humana, el preocuparse por los demás, ya que la dictadura fomentó el egoísmo y la frivolidad entre los jóvenes, lo que convenía
a sus intereses. Por otra parte, no se puede negar que fueron ellos, más que otros, los que lucharon
contra la dictadura con todas las armas que tuvieron a mano. Es así como la mayor parte de los
asesinados, desaparecidos, torturados, quemados y perseguidos fueron jóvenes. Y son jóvenes
también la mayoría de las legiones de desocupados agobiados por la desesperanza, producto de la
dictadura.