martes, 25 de agosto de 2009

¡EL ESTADIO VICTOR JARA NO LO DEMUELAN, ES PATRIMONIO DE TODOS LOS CHILENOS!



Cuando arrecian los rumores que el alcalde UDI, Zalaquett quiere demoler el Estadio Víctor Jara, se ha organizado una campaña para proponerlo como “Patrimonio Nacional”, para tal efecto se están recopilando testimonios vividos en el tristemente célebre recinto. Por tal motivo, Juan Manuel Rivera, Osiel Núñez y la que escribe, estuvimos allí. Echando mano a nuestra dolorosa memoria, memoria de los estudiantes de la UTE, prisioneros el fatídico 11 de Septiembre de 1973.

APENAS 36 AÑOS ATRAS

Caminamos presurosos, haciéndole el quite a los autos y camiones. Es un barrio netamente comercial, de clase media, esforzada. Los vendedores ambulantes y los pequeños comerciantes vienen aquí a surtirse de los más variados productos, y de las más disímiles procedencias. Empieza lentamente a llover.

Juan Manuel le pregunta a una transeúnte,
-¿Dónde está el Estadio Chile?, la joven mujer le responde:
-¡El Estadio Víctor Jara será!, la respuesta nos anima, aceleramos aún más el tranco.

En la puerta del Estadio hay un grupo de gente. Nos esperan, reconocen a Osiel. Inmediatamente en la entrada, en el suelo, yace un indigente. Sobre unas mantas, guareciéndose del frío y de la lluvia, bajo la marquesina que abarca la entrada principal, indiferente al mundo, duerme; casi con la misma indiferencia que el mundo siente hacia él.



¡1, 2, 3, Maracas marxistas! ¡1 2 3 Putas comunistas! ¡Manos en la nuca mierda! La fila de hombres trotando es interminable. Ahí están mis compañeros, me encuentro con sus ojos llenos de angustia e incertidumbre, veo a Emilio, Aldo, Alvaro, Iván. Patricio, ¡Son tantos! Hay muchos compañeros con pinta de obrero, con su mochila de la “choca” a la espalda, trotando. Son de Madeco, Carozzi, Luchetti.

1, 2, 3, ¡Upelientos desgraciados! ¡Morirán todos, perros comunistas! Somos los estudiantes, profesores y administrativos de la Universidad Técnica del Estado, que en nuestra propia casa de estudios hemos sido apresados y que ahora, como prisioneros nos llevan al Estadio Chile, que ha sido habilitado como campo de concentración.

A las mujeres nos bajan de las micros civiles, esas micros que en sus letreros acusan: La Serena- Figari. Ya ni siquiera siento cansancio, he perdido la noción del tiempo, obedecemos las órdenes como autómatas. Por el lado Norte de la puerta principal, nos formamos.

1, 2, 3, ¡Manos en la nuca conchas de su madre! 1,2,3 ¡Trotando mierda!



Osiel nos presenta al grupo, todos muy jóvenes. Estudiantes de la ahora USACH, de la Universidad de Chile, de la Fundación Víctor Jara, representantes de Bienes Nacionales, experta en gestión de patrimonios culturales, fotógrafos, camarógrafos.

Nos detenemos en el ancho pasillo. Siento un nudo en el pecho, contesto a las preguntas que me hacen con dificultad, quisiera ser rigurosa; como si después de tantos años y de tanta atrocidad se pudiera ser rigurosa. Recuerdo tan poco, me vuelve la angustia, la misma que sintiera ese fatídico 12 de Septiembre. Es vivir el miedo nuevamente, el miedo que paraliza, que da náuseas. Me dirijo a las graderías, el grupo me sigue. Me siento en el lugar preciso, en el mismo asiento donde me tuvieron prisionera hace 36 años atrás, los militares fascistas chilenos. Cierro los ojos, mis brazos abiertos buscan el calor de los cuerpos de mis compañeras. Fedora, Gilda, Leo, Marieta, Marcela, María,Inés, ¿Dónde están?

La cancha está llena de militares, armas por todos lados. Por los balcones del 2ª y 3ª piso, se asoman cañones. Por los altoparlantes, órdenes, gritos, amenazas, burlas. El aire se hace irrespirable, todo es olor a pólvora, a muerte.

En las graderías del frente reconozco las caras de mis hermanos de la UTE, golpeados, heridos. Por las escaleras algunos se arrastran haciendo “punta y codo”, aguijoneados por las bayonetas de los milicos poseídos por el odio. Y lloro, lloro, lloro, ahogando mis ganas de gritar. Y nuevamente quisiera ser una niña, hacerme un pequeño ovillo y en los fuertes brazos de mi madre sentirme segura, lejos de tanta de tanta maldad, de tanta ignominia.



Rosario y Catalina, me reconfortan, Soledad pregunta. Osiel describe, con la certeza y lucidez de un aventajado. Reconoce lugares, sitios, reconstruye situaciones, cita nombres.

¿Y los maricones de sus compañeros, que hacen que no las vienen a rescatar? ¡Son unos cobardes estos comunistas desgraciados! Se burlan los milicos fascistas gritándonos sus frases venenosas, rozando sus asquerosas caras contra las nuestras.

¡Pararse, sentarse, mierda! ¡Todas arriba! ¡Manos en la nuca! ¡Llamen a los perros upelientos, que vengan a salvarlas! Miro el techo del Estadio, buscando el cielo, buscando a Dios; ese Dios que desde tan pequeña mi madre me enseñó a creer y le exijo un milagro, el milagro que revierta toda la pesadilla que estamos viviendo. Y sueño ser libre nuevamente. Los gritos de los verdugos me enseñan que los milagros no existen.

Juan Manuel reconstituye, expone con precisión, recuerda a nuestro Goyo, dirigente mártir, se emociona como un verdadero hombre, ante el silencio respetuoso de todos los que nos acompañan.

Nos vamos a los subterráneos, las mismas murallas revestidas con esas cerámicas de cuadritos amarillos y azules que yo contaba y jugaba en ese entonces, ahora creo que era para evadirme de tanto frío y pánico, en la espera que nos empadronaran. Constato que mis piernas se agitan con pequeños saltitos, sin moverme del lugar. Me aterra la idea de sentir el síndrome del prisionero. Me persigue el 1 2 3 ¡A trotar mierda! 1 2 3 ¡Manos en la nuca!

Osiel muestra en el pasillo, el lugar donde fue separado del resto de los prisioneros nuestro Víctor Jara, allí lo vería por última vez. Entramos al camarín donde lo asesinaron. El recogimiento es general, el grupo calla. En el suelo de baldosas, 4 orificios. Mudos testigos de la atrocidad humana. Éstos se repiten de manera simétrica en cada camarín, nuestra guía nos aclara: “Fueron hechos para afianzar al piso, los catres de la tortura”.



Nos preguntan cómo nos gustaría ver el Estadio Víctor Jara:

Coincidimos, “Un pueblo sin memoria no tiene futuro”. Debe ser un templo intocable, para las generaciones venideras, para Chile y para el mundo. Un templo que recuerde toda la atrocidad que el ser humano es capaz de realizar. Para que el nunca más sea posible.

El Estadio Víctor Jara debe permanecer imperecederamente. Lleno de colores, de música, de niños, de vida. Porque Víctor Jara es la vida misma.

La jornada termina, llegamos al final de este periplo de recuerdos y desgarros. Nos abrazamos fraternalmente, con Miguel, y con cada uno de los componentes de este especial grupo humano. Las emociones y los recuerdos se guardan, en lo más profundo de cada uno. Le doy la última mirada al hombre que sigue durmiendo en el suelo, en la puerta del Estadio Víctor Jara. Con +Juan Manuel y Osiel, lentamente nos retiramos.

Iris Aceitón
Agosto 21 2009

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