miércoles, 9 de septiembre de 2009

DANIEL VERGARA, SUBSECRETARIO DEL INTERIOR Y SU VERSION DEL GOLPE DE ESTADO DE 1973, VIVIDO EN LA MONEDA (II PARTE Y FINAL)


DANIEL VERGARA, SUBSECRETARIO DEL INTERIOR Y SU VERSION DEL GOLPE DE ESTADO DE 1973, VIVIDO EN LA MONEDA

CONVOCATORIA A LAS JORNADAS DE SEPTIEMBRE DE 2009

Este 11 de septiembre la Corporación UTE USACH se moviliza

10 HORAS
MEMORIAL AL DETENIDO DESAPARECIDO FRONTIS USACH
HOMENAJE A LOS DETENIDOS-DESAPARECIDOS DE LA UTE-USACH.
ROMERIA A MONOLITOS Y A LA PLACA DE GREGORIO MIMICA
AULA MAGNA USACH DEVELACION DE LAS BANDERAS DE LA UTE
RESCATADAS EL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973

12.30 HORAS
MONUMENTO PRESIDENTE ALLENDE PLAZA DE LA CONSTITUCION
OFRENDA FLORAL DE LA CORPORACION UTE USACH


- ENTONCES, ¿UD. SE VIO PARTICIPE DE LA DECISIÓN DEL PRESIDENTE AYUDANDO A CONVENCER A SUS HIJAS PARA QUE ABANDONARAN LA MONEDA ?

Si, así me parece, aunque también tengo que reconocer que de una manera poco gravitante ya que la decisión obviamente la puso el Presidente. La escena misma de despedirnos de ellas fue conmovedora pero aún en ese instante el compañero Presidente se mantuvo extraordinariamente sereno con el temple que le caracterizaba aunque bastaba mirarlo para convencerse del inmenso dolor que le producía el ver- se separado asi de sus hijas, no sólo esto, sino que en ese instan¬te él ya tenia la convicción y también nosotros de que nos estába¬mos separando, despidiendo en forma definitiva.

- EN ESE MOMENTO; ¿ ESTABA YA MUY CERCANO EL BOMBARDEO TRAVÉS DE LOS BANDOS Y PROCLAMAS DE LOS JUNTISTAS ?

Precisamente las proclamas se seguían repitiendo cada vez más a menudo y los elementos de percepción y comprobación de que dispo¬níamos nos llevaban a la misma conclusión, mientras seguía el fuego ininterrumpido cada vez más intenso de las ametralladoras,de los tan ques que nos acosaban y que se disponían a un ataque que considerá¬bamos final. Antes y a continuación de que partieran las hijas del Presidente, éste llamó a su presencia a los generales de Carabine¬ros que permanecían junto a él y que en una actitud de extraordina¬ria lealtad se empeñaban en acompañarlo hasta el final.

El Presidente fue también perentorio para pedirles que se retiraran, para agradecerles y decirles que por su parte él seguiría en el palacio cualquiera fueran las consecuencias, pero que consideraba que el hecho fatal de su muerte, de su destrucción, no podía involucrarlos; él tenía en cuenta su lealtad y desaprobación a lo que estaban haciendo los generales rebeldes, insurgentes. Insistió hasta lograr que se retiraran. Se despidieron en forma muy emocionada ma¬nifestándole respeto, admiración y lealtad, al Presidente, a la Cons titución.

Los hechos que relato, se desarrollaban, como se comprenderá verti¬ginosamente, con mucho dramatismo, dentro de una tensión y a veces angustia increíbles, por que ya el ataque contra la Moneda era generalizado; las ráfagas de ametralladoras, la presencia de los tan¬ques, el solo hecho de que comprobáramos como avanzaban y cuando ya de hecho estaban atacando a la Moneda, concentrando todo este poder de fuego pero sobre todo de odio increíble, de irracionalidad sin precedentes, sin modelo en el mundo, hacia que los instantes que se vivían allí fueran intensamente dramáticos, a pesar de lo cual man¬teníamos, y desde luego el Presidente a la cabeza, no sólo la tran¬quilidad, sino que nuestra dignidad y altivez. Entonces en este cuadro se nos anunciaba el bombardeo, ¡un bombardeo! Si se revisa la historia de los golpes de Estado, difícilmente se podrá encontrar un ejemplo en que una rama de las instituciones armadas como es una Fuerza Aérea, con todos los elementos de destrucción que importa un bombardeo y su impunidad, hubiera consumado un acto de tanto salva¬jismo, como ése que significó el bombardeo. No hay otro ejemplo, no sólo por la actitud deshumanizada sino por la impunidad. Ya contra¬rrestar el ataque de las ametralladoras era imposible y mucho más enfrentar la acción de los tanques, indefensos, inermes como estába¬mos, pero concebir una forma de enfrentamientos contra los bombar¬deos... de aviones dotados de un poder inmensamente destructor frente a quienes nada podían hacer. Ese hecho tan monstruoso todavía no se producía; sin embargo, estaba presente a través de los ultimátums que recibíamos, de que empezaría el bombardeo y sobre cuya consuma¬ción no teníamos ninguna duda, teniendo presente los hechos que se habían ido desarrollando de la manera más cruel hasta ese instante. Lo más cruel que conocíamos en ese instante, superada después esta crueldad lejos, por otras manifestaciones que ya referiremos.

Dentro de toda esta tensión, se produjo otro momento muy dramático cuando el Presidente llamó a sus Edecanes para despedirse de ellos, pero sobre todo para exigirles que se retiraran. La situación de los Edecanes era muy difícil, veían a sus compañeros de armas alzarse en contra de la persona a quién ellos servían, enmarcada su conducta dentro de las disposiciones que los militares deben observar con el gobierno legítimamente constituido. Los Edecanes tenían plena con¬ciencia de que estaban al servicio no sólo de un gobierno constitu¬cional, democrático, sino que además de un Presidente extraordina¬riamente respetuoso de la Constitución y las leyes, y digo que a ellos especialmente les competía este conocimiento por su trabajo, por su permanente comunicación de todos los instantes con el Presi¬dente. A los Edecanes les constaba particularmente el extraordinario respeto que tuvo siempre el Presidente de la República por la persona humana, como sufría cuando sabía de algún hecho en que directa o indirectamente pudiera haber participado algún elemento del Gobier¬no, o ajeno a él como ocurrió, en que resultara siquiera lesionada alguna persona, y más todavía si se tratara de un niño o una mujer.

De manera que cuando les planteó esta petición los Edecanes estaban en una situación muy inconfortable a propósito de la conducta de sus compañeros de armas, quiero decir, de los generales golpistas auto¬res de todos los sucesos que comenzaron el día 11 y cuyo común denominador ha sido la crueldad y la irracionalidad. Pero el Presidente ya tenia claro que no todos los militares son asesinos, torturado¬res, carceleros. A medida que el tiempo avanza y por nuestra expe¬riencia y contacto directo desde el día 11 con los militares, esta¬mos convencidos de que muchos militares, muchos, además de que no son golpistas, ni represores, tienen por lo contrario su vocación y formación de auténticos soldados, digo que estamos convencidos como también aún en esos momentos cruciales lo estuvo el Presidente Allende. Este debió insistir, porque no querían irse. El Edecán de la Fuerza Aérea, que era en ese momento el más antiguo, estaba en una actitud decidida de no alejarse. El Presidente debió insistir reiteradamente para exigirles y obligarlos a que hicieran abandono de sus funciones y para que naturalmente regresaran a sus respectivas ins¬tituciones .

E1 Presidente se despidió de ellos siempre manteniendo ese temple que nos motivaba con la dignidad de su alta investidura que no de¬fraudó jamás.

Otro episodio fue el referido al llamamiento que impartió a las funcionarias que permanecían ahí, de la Subsecretaría, de la Secreta¬rla General de Gobierno y de la Presidencia, quienes se negaban a retirarse, también asumiendo todas las consecuencias, inevitables por la forma en que ya se iban desarrollando los acontecimientos. Pero en los que, repito, él conservaba esa serenidad increíble, dignidad y altivez.

El Presidente ya había llamado a la policía civil y uniformada, a las funcionarias, entonces llamó a los funcionarios. Les agradeció su colaboración y se despidió, pero tuvo que exigirles que se reti¬raran, que era importante su lealtad y su adhesión, un elemento de elevada significación pero que todavía era más importante la super¬vivencia, sus vidas, que no podía permitir que se quedaran.



- COMPAÑERO DANIEL VERGARA, UD. ESTABA ENTRE ESOS FUNCIONARIOS.
¿ QUE RAZONAMIENTO PESO EN UD. PARA DE HECHO DESOBEDECER ESTA EXI- GENCIA DEL PRESIDENTE Y QUEDARSE HASTA QUE DESPUÉS EL LE ENCOMEN¬DARA UNA TAREA BIEN ESPECIFICA ?

Nosotros naturalmente que en general estábamos también comprendidos entre los funcionarios a quienes el Presidente más que formu¬larles esta petición, les impartía esta orden porque asi de claro e inequívoco era el llamado que hacía. Pero por la misión misma que siempre cumplimos sin interrupción los 3 años, pensé que este llamado no podía alcanzar ni al Ministro del Interior ni al Subsecreta¬rio; de manera que este requerimiento lo entendíamos dirigido al resto de los funcionarios de confianza, que estaban estremecidos por este requerimiento, y yo lo interpreté como dirigido a todos ellos y no por un afán de jactancia o de inmodestia, llegando a la conclu¬sión de que seguíamos en el deber de estar junto a él, y obviamente yo tenía la íntima, profunda convicción de que mi destino estaba ligado al destino que siguiera el Presidente.

PORQUE HACE UD. ESTA AFIRMACIÓN
?

Desde luego por mi condición de funcionario de confianza, en seguida por la naturaleza de esta misión. Yo quiero entregarle algunos antecedentes para que Ud. tenga, que la tiene pienso, una más amplia conciencia de esta función. Por ejemplo, decirle que en los 3 años nunca hubo un día que no asistiera al Ministerio, ni siquiera sábados o domingos, tampoco vacaciones. Las jornadas comenzaban a las 6,30 y terminaban a las 10 u 11 de la noche en la Subsecretaría, para continuar hasta las 2 o 3 de la madrugada en nuestro domicilio, donde los teléfonos seguían funcionando, especialmente el que esta¬ba unido al del Presidente, a las intendencias y a las Gobernacio¬nes. Eso hacía que hubiera una comunidad de trabajo tan permanente e identificada con el Presidente, también con el Ministro, a quién por mi condición de colaborador y para dejarlo trabajar en las fun¬ciones específicas de la administración política que llevaba de acuerdo a las instrucciones del Presidente, nos permitíamos cumplir esta larga jornada que representaba una entrega de 14 a 16 horas diarias; esto entonces, y no otra razón, descartada está cualquiera otra connotación de tipo relativo al talento o a la inteligencia, consciente como estoy de mis limitaciones, quizás esto substituido por una muy activa y dinámica entrega, diligencia de trabajo perma¬nente; todo esto nos hacia pensar que no podíamos considerarnos en el requerimiento que hacía el Presidente y que deberíamos seguir a su lado.

- PERDONE UNA INTERRUPCIÓN, PERO CREO QUE FALTA UN ELEMENTO MUY IM¬PORTANTE, SU IDEARIO POLÍTICO QUE LO LLEVO A CUMPLIR ESTAS FUNCIONES EN FORMA CONSECUENTE Y A TENER ESA ALTA CONFIANZA, AMISTAD Y RESPETO CON EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA.

Desde luego mis convicciones jugaron, juegan y jugarán un rol predominante, en términos irreductibles y también de una firmeza que afortunadamente no desapareció nunca. Tampoco en los 39 meses que estuvimos confinados, ni en los instantes mas cruciales cuando estaba en juego nuestra vida. Pero esta firmeza o convicción está inserta en el desempeño de todos los que fuimos colaboradores del Presiden¬te Allende, sin excepción. Lo pude comprobar con mis compañeros, que al igual que yo, sufrieron un confinamiento prolongado. Ellos mantuvieron siempre una lealtad irreductible también, durante todo el período de confinamiento, de manera que éste no es un rasgo de excep¬ción, era el común denominador. Siempre plantié la cuestión de mis convicciones con vehemencia, sobre todo cuando se trataba de elementos de alta jerarquía de los que yo tenia conciencia que eran los promotores, los que consumaron los hechos que dieron lugar al golpe de Estado. Con ellos era implacable por el desafio planteado por sus excesos, con su actitud de avasallarnos, que no pudieron jamás aún cuando mucho empeño pusieron, de doblegarnos, fue imposible. Hubo una conducta siempre férrea que me permitía rechazarlos porque estaba de por medio todo lo que fue nuestra conducta, vale decir la de todos los funcionarios; pero en el ejemplo en que participaba protagónicamente yo, a través de los interrogatorios, fue mi propia con¬ducta.

Pero volviendo a la cuestión del bombardeo, me parece que pocos mo¬mentos después de la partida de los Edecanes comenzó lo que debe ser un hecho inédito, sin precedentes, por la brutalidad que importaba, por la actitud homicida de quienes lo protagonizaban.

Pienso que son muy pocos los que tienen una experiencia como prota¬gonista, me refiero al que sufre el ataque, porque la calidad de protagonista activo son quienes promueven y ejecutan el bombardeo, la acción de ataque en este caso. Pocos han vivido esta experiencia y mucho menos en nuestra patria, de manera que de este punto de vista todavía resultaba más brutal una acción tan criminal como la que importó este bombardeo.

Fue esta una situación muy angustiosa, porque no conocíamos, repito, una experiencia tan brutal; cuando los vuelos se sucedían cada vez más, quizás a menos altura, daba una sensación de espanto increíble que provocaba naturalmente, una situación llena de crueldad y angustia en quienes, como los que permanecíamos en La Moneda, estábamos en la más absoluta indefensión; ya en el curso de la mañana se ha¬bía estado desarrollando un ataque demoledor por quienes disparaban ráfagas y el uso de los tanques y sus cañones para ir aniquilando toda posible resistencia y sobre todo para ir socavando toda la parte material que pudiera ofrecer como resistencia el mismo palacio. Si a esta circunstancia se añade el hecho que ya tuviéramos el con¬vencimiento absoluto de que iba a comenzar el bombardeo, se comprenderá la Zozobra inmensa que vivimos; a pesar de esto en ningún ins¬tante, los que allí quedábamos, perdimos nuestra serenidad; la razón de esto, más que nuestro valor, era el ejemplo increíblemente lleno de valor y de coraje que nos ofrecía el Presidente. El también tuvo el convencimiento de que el bombardeo era inminente y que podía ser el desenlace hasta el instante en que sobreviviéramos, porque advertiamos ya la presencia de la muerte. Pero digo que nuestra conducta no era más que el reflejo, pálido quizás, de esa demostración de comportamiento lleno de altivez del Presidente, de sentirse en la ple¬nitud de sus prerrogativas, en la alta investidura que le había da¬do el pueblo y que él conservaba aún en esos instantes, como una demostración de corresponderle, con esa valentía, con esa prestancia que afortunadamente nos supo comunicar para que a su vez, a otro nivel por cierto, mantuviéramos también nosotros.

Quiero seguir diciendo que, a continuación de la presencia estridente de los aviones que producían un ruido ensordecedor, empezamos a sentir primero los silbidos característicos de las bombas, luego un ruido inmenso y a continuación todos los efectos que empezaron en La Moneda por un temblor generalizado a nivel de terremoto, una quiebra generalizada de vidrios, ventanas, puertas y murallas que se desplomaban, columnas de polvo primero y siempre, repito, un sacudón, es¬tremecimiento generalizado, muy profundo de todas y cada una de las dependencias, aún de esos antiguos y gruesos murallones que consti¬tuyen la edificación de La Moneda y particularmente de aquella de¬pendencia en que nos encontrábamos, estos murallones parecían agi¬tarse como hojas, no frente a un vendaval sino a un terremoto de la mas increíble y extraordinaria magnitud. Todo esto con la confusión inmediata a raíz de que las bombas, además de los destrozos relata¬dos, produjeron inmediatamente un incendio que aunque comenzó en el ala del sector del Ministerio, de la Subsecretaría del Interior pa¬ra ser más exacto, se empezó a generalizar, desde Teatinos a calle Moneda, propagándose a través de las diferentes salas que consti¬tuían la Presidencia misma, ya frente a la calle Morandé, frente al Ministerio de obras Públicas y cerrar una especie de circuito conectando esas salas con las que correspondían a la Secretaria General de Gobierno; todo eso quedó bajo los efectos del fuego, ya estaban comprometidos cuando se derrumbaron murallas, cayeron puertas y ventanas y la atmósfera era asfixiante por el humo, más todavía por el calor. Los efectos de las bombas nos impedían no sólo desplazarnos, porque muchos fuimos arrojados al suelo por los impactos de estas bombas, sino también porque el humo nos impedía mirar y ver, mien¬tras seguía generalizado el fuego, constante y progresivo de las ametralladoras y de los tanques sumados al bombardeo de la Fuerza Aérea.

- COMPAÑERO DANIEL VERGARA, UD. POR CIRCUNSTANCIAS MUY PRECISAS SA¬LIÓ DE LA MOHEDA POR MANDATO EXPRESO DEL PRESIDENTE DE LA REPUBLI- CA; ¿ PODRÍA UD. PRECISAR LAS RAZONES, LOS MOTIVOS Y LAS TAREAS QUE EN CONCRETO LE ENCOMENDARA A UD., SUBSECRETARIO DEL INTERIOR Y MILITANTE DEL PARTIDO COMUNISTA DE CHILE ?

En verdad el Presidente, en un momento dado, nos pidió que nos trasladáramos al edificio del Ministerio de Defensa para hablar con los militares que allá estaban constituidos, con Fernando Flo¬res y Osvaldo Puccio.
Personalmente no dejó de sorprenderme que me encomendara una misión tan extraordinaria, y digo sorprenderme, porque además de que la misión era delicada, de superior connotación en lo que podía traducirse, había en La Moneda la presencia de varios Ministros. Desde lue¬go estaba ahí el Ministro Flores, pero estaba también el Ministro Carlos Briones, el Ministro Almeyda y el Ministro Jaime Tohá, además de José Tohá mismo y Aníbal Palma, que habían dejado de serlo, pero estaban los tres anteriores aunque no en el mismo recinto y se ha¬bían desplazado hacia el sector del Ministerio de Relaciones Exte¬riores. De manera que pensé que más conveniente por la investidura de estos compañeros Ministros y por lo trascendental que esta mi¬sión importaba hubiese sido encomendado a ellos su cumplimiento.
El Presidente tras un momento y frente a mi respuesta volvió a re¬querirme por segunda vez y ya puntualizándome aquellas materias que yo, o quienes me acompañaran o con quienes debiera ir, íbamos a re¬presentar a los militares.

Todavía seguí analizando muy a fondo todo lo que podía importar es¬te desplazamiento desde luego, pero sobre todo este contacto con los militares insurgentes. No porque en la petición del Presidente hu¬biera nada ilegitimo o que me mereciera alguna crítica su contenido. Era todo muy claro, no importaba ningún compromiso, ninguna claudi¬cación, porque no se lo habría permitido su propia dignidad y leal¬tad, y mucho menos con la actitud ya consecuente de coraje que había demostrado en el curso de los acontecimientos. No aceptaba obviamente a la Junta fascista, mucho menos la acción de quienes ya empe¬zaban a cometer toda clase de tropelías y actos delictivos, sino tan sólo un propósito muy elevado: evitar lo que ya en ese instante para él importaba una verdadera matanza generalizada, planteada ya tenía¬mos la convicción después del bombardeo, de la manera más inhumana y sangrienta.

De modo que la única consideración que yo me formulaba antes de darle una respuesta afirmativa era la tremenda responsabilidad que yo asu¬mía para también tomar esta tan alta representación que significaba la investidura del Presidente de la República.

El insistió y frente a este requerimiento perentorio, aunque sereno del Presidente, mi decisión fue de aceptar, pero debo decir que esto importó un proceso de meditación y también de inmenso dolor porque estaba convencido de que en ese instante se producía la separación fi¬nal entre el Presidente y este colaborador que había sido modestamente el Subsecretario del Interior.

El factor más relevante no era la suerte de nosotros sino el hecho de que nos parecía, como fatalmente fue, el momento definitivo, postrero en que habríamos de verlo, convencido que iba a sufrir, como dolorosamente ocurrió, la contingencia de .un hecho que a la postre significó su asesinato.

Nosotros estábamos en el sector que da a Moneda, en el segundo piso en una de las salas cerca del comedor presidencial; el fuego prose¬guía con una intensidad increíble no sólo de los fusiles ametralladoras y de las ametralladoras pesadas y los tanques ya casi penetraban, y los militares fascistas no sólo cercando La Moneda, prácticamente irrumpiendo en ella. Para evitar ser el blanco del fuego hubimos de permanecer tendidos, mientras seguían desplomándose las murallas. El incendio y el calor se hacían insoportables, el humo hacia casi imposible ver, el agua se escurría inundando no sólo el primer piso. Los techos y los vidrios seguían cayendo, etcétera.

El Presidente y yo, tendidos, yo muy cerca de él para mejor escucharlo al solicitarle revalidara los aspectos que debíamos plantear; lo hizo con voz muy firme, muy serena, yo bastante conmovido, porque ya digo, tuve esa convicción, ese presentimiento que era la última vez que habríamos de vernos. El reiteró sus instrucciones en forma casi literal, de texto, de expresión, para que no se dijera más allá de la instrucción misma entregada por él.

El estaba tendido, boca arriba, de espaldas; sentíamos nuestra respiración porque por el ruido ensordecedor que producían todavía los efectos del bombardeo, más los cañonazos y disparos, la presencia de los carros pesados, de sirenas, el desplome de murallas, el sonido del agua, también el producido por el incendio o el siniestro mismo que avanzaba aún hasta el sector en que estábamos, teníamos que es¬tar muy cerca uno del otro para poder escucharnos; asi fue que percibía la respiración muy normal de él y la bastante agitada mía , que ya sentía los efectos de lo que consideré siempre una despedida.


Vi incluso su mirada muy firme, la voz entera, eso si perentoria co¬mo cuando impartía instrucciones y cabía obedecerlas, aunque llenas, como siempre también, llenas digo de respeto, pero con esa autoridad
propia que nacía de esa dignidad propia también de un hombre que fue consecuente con su vida, con sus compromisos y sobre todo con el pueblo.

Creí incluso advertir en su mirada y en sus gestos, que nunca fueron desfallecientes, menos en esos momentos, también como un gesto de despedida hacia el colaborador que había estado, como muchos otros por cierto, tan cerca de él y en una actitud premonitoria también acaso del Presidente de que era la última vez en que él iba a ver al Subsecretario del Interior.

Pue un momento extraordinariamente intenso porque prácticamente estuvimos solos, las instrucciones ya las había impartido a los otros dos compañeros, en el primer requerimiento que me hiciera, pero por lo mismo que yo no había dado respuesta, porque era, repito, una repre¬sentación demasiado grande desde luego para mi capacidad y talento, como por el cargo que siendo importante no lo era a nivel de Minis¬tro, que los había, más de uno, al lado de él en el Palacio de La Moneda, por esto él me las planteaba al final, antes de yo salir y abandonar La Moneda cuando prácticamente me despedía y también, yo digo, el Presidente, convencidos ambos sin decírnoslo de que nos veía¬mos por última vez.

El Presidente en las instrucciones que nos entregara puntualizaba, en primer término, con mucho énfasis, lo que lo había conmovido más en el curso de la mañana: se refería a la petición enfática, conminato¬ria que hacía a la Junta fascista de que cesara en su ataque y bom¬bardeo a las poblaciones, a los pobladores, lo que según la informa¬ción que llegaba y recogíamos en La Moneda se estaba desarrollando en forma progresiva a través de todo el gran Santiago. Esto tenía abso¬lutamente, completamente estremecido al Presidente y tuvo reacciones enérgicas de condenación, de repudio y aún de desprecio por la conducta tan artera y sangrienta de los generales golpistas.

El segundo punto se refería a que cesara por algunos momentos el ataque que se estaba haciendo y llegando a su culminación en La Moneda, porque quedaban algunas compañeras y por cierto algunos funcio¬narios en relación con los cuales el Presidente insistía en que se retiraran, sobre todo tratándose de las mujeres. Esa petición se circunscribía a un breve período de interrupción del fuego, mientras salían todos los funcionarios; en esto había insistido mucho, le afectaba bastante el hecho cada vez más inminente de que estos funcionarios tan leales encontraran la muerte en circunstancias tan dramáticas cuando él estimaba que quién debía padecer esa dolorosa circunstancia irreparable era él, solamente él.



La tercera petición era de que, en esto que ya era un hecho consumado de la constitución e instalación de una Junta, no se incorporara a un elemento civil del grupo que conocimos como "Patria y Liber¬tad", cuya irracionalidad y crueldad, suponíamos habría significado la destrucción y la venganza. Ahora tenemos que reconocer de que el odio, la venganza, el resentimiento de los generales golpistas no desmerecía al que esperábamos de esos otros elementos, que directa e indirectamente estaban también, según se ha venido a confirmar, participando en el golpe e inspirándolo.

Y la otra puntualización era de seguir un contacto o diálogo, sobre todo mientras el bombardeo se suspendía para dar salida a los fun¬cionarios y funcionarías y si esta gente estaba en condiciones de reconsiderar y recapacitar.

Por consiguiente, nada que pudiera haber importado un compromiso, renunciar a prerrogativas. El reconocimiento de un hecho inconstitu¬cional e ilegítimo como el de la Junta fascista y la promoción mis¬ma de todo el golpe, nunca fue el propósito del Presidente de la República, que continuaba en una actitud de rechazo, de condenación en contra de estos elementos y por el contrario con el convencimiento de la legitimidad de sus prerrogativas y en el respaldo que el pue¬blo le habla ofrecido y que él supo retribuir hasta con la vida.

El hecho mismo de nuestro traslado fue increíblemente tenso, porque en una primera oportunidad, en una segunda y hasta en una tercera formas de intentos de ir a buscarnos en un vehículo militar para llevarnos al Ministerio de Defensa resultaban imposibles, desde luego por el fuego que descargaban sobre el edificio de La Moneda, a pe¬sar de las órdenes que se daban por altavoces; no era posible por¬que así de intenso era el fuego, de generalizado el ataque y se ad¬vertía que ahí había elementos muy irracionales que, debidamente guiados, lo único que pretendían era entrar cuanto antes a La Mone¬da y hacer víctima y objeto de sus designios a quienes allí encontraran, incluido como ha quedado demostrado al propio Presidente de la República.

De manera que fue difícil y de mucho riesgo salir e introducirse en ese vehículo, pero más difícil fue nuestra llegada, cuando ya los militares en una actitud demencial que habíamos advertido a través de todos estos sucesos, comenzaron a agredirnos de palabra de la mane¬ra más procaz, insolente y provocadora a quienes estábamos en una actitud de parlamento, práctica que en la guerra se observa y se res¬peta y que sin embargo para estos militares con un nuevo estilo de considerar enemigos a sus connacionales indefensos mientras ellos exhibían pertrechos abrumadores, nos atacaban a través de la presencía de inmensos contingentes que estaban apostados frente al Ministerio de Defensa y que nos hicieron objeto de toda suerte de vituperios, agresiones primero verbales y en seguida de hecho, en las que participaban oficiales más que la tropa.

Llegamos así a lo que me parece fue el sexto piso, en donde nos re¬cibieron en representación del tirano Pinochet el general Nuño, en representación de Leigh el general Díaz y en representación de Merino Castro, Patricio Carvajal.

Ya entonces ignoraban, lo han seguido haciendo con desprecio entonces hasta ahora, a Mendoza, que no tenía representante.

Esos militares nos recibieron en forma respetuosa en general, aunque la actitud de Carvajal era extraordinariamente vehemente, descontrolada, lo que me produjo una impresión penosa en una persona que ahora oficia de ser muy ponderado, muy sereno.

Hubo un breve intercambio ahí, primero de los puntos que planteaba el Presidente, y en seguida la respuesta de ellos, muy evasiva, yo diría de explicación, de justificación; que nada tenían contra nosotros, tampoco contra el Presidente, pero que habían ocurrido hechos, que los habían empujado a esta circunstancia, entre los que mencio¬naban, acaso el único: la infiltración que se había estado operando en las Fuerzas Armadas. Carvajal argumentaba que especialmente en la Armada, en la Marina y esto al parecer explicaba entonces esa reac¬ción emocional, tan ajena a un temperamento controlado que lo hacía aparecer en una actitud muy subalterna, increíble para la dignidad que suponíamos, y suponemos, de los que tradicionalmente integraron nuestras Fuerzas Armadas, en este caso a la Marina.

Nos retiramos a continuación, aunque se nos previno que quedábamos, a partir de ese instante, en calidad de detenidos, no sin agregar el general Ñuño y reiterar a través de varias oportunidades de que seriamos tratados con respeto, y agregó: de acuerdo con el rango que Uds. tienen. Respeto y rango que concluyó y desapareció inmediata¬mente que transpusimos la puerta y el umbral del recinto en que estaban ellos.

Cerrada esa puerta y ya en el lado exterior, no creo que ninguno de los tres hayamos dado un paso; nos lanzaban y nos llevaban en el aire entre golpes, rodillazos, golpes de culatas, improperios, inso¬lencias y una actitud de odio tan increíble que llegamos todos a la convicción de que esa gente no estaba en estado de sobriedad, de que estaba estimulada. Asi de enardecida, delirante y homicida era su actitud. Se peleaban por ultimar, especialmente al Subsecretario del Interior, se disputaban este privilegio homicida, sangriento, dando golpes, empujones y naturalmente arrastrándonos a través de diferentes salas hasta llevarnos por separado a distintos recintos, siempre en el Ministerio de Defensa.



BOLETIN ROJO, publicó en su Nº Marzo Abril 1983,
SEGUNDA PARTE Y FINAL
Colaboración de Dante Conejeros

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