La tercera edición fue la vencida para Luis Cifuentes y para su interesante libro, “KIRBERG, TESTIGO Y ACTOR DEL SIGLO XX”, cuya primera edición fue un vía cruxis, mientras la segunda fue un lanzamiento virtual, que a muchos nos permitió leer el libro vía Internet.
Y ahora esta obra salió por el camino natural, por la Editorial de la Universidad de Santiago, que encabeza Luis Felipe Figueroa, que facilitó la publicación de esta entrevista en profundidad al rector de la Universidad Técnica del Estado, predecesora de la USACH y donde pueden encontrarse numerosas historias de la vida de la UTE-USACH, precedida por interesantes detalles de lo que fue la Escuela de Artes y Oficios y de la Escuela de Ingenieros Industriales, vistos en los recuerdos de don Enrique Kirberg.
Por eso leer este libro, es un deber de quienes estudiamos, trabajamos o quisimos profundamente a la UTE, universidad que abrió sus puertas a los trabajadores, con el convenio CUT-UTE, .logro jamás equiparado por ningún otro plantel de estudios superiores de Chile, ni menos por los planteles particulares, que transformaron este enseñanza en un lucrativo negocio. o fuente de encalillamiento de la familia chilena y de los nuevos profesionales.
A este lanzamiento concurrieron personalidades como Luis Riveros, ex rector de la Universidad de Chile, donde Inés Erazo de Kirberg y su hija Lena, de la académica de la USACH, Gladys Bobadilla, de representantes de la FEUSACH como su presidente, Pablo Moyano y su vicepresidente, Johans Peña, veteranos líderes de la FEUT, Federación de Estudiantes de la UTE como Alejandro Yáñez y Osiel Nuñez, representantes de la Corporación UTE USACH, egresados de la UTE y profesores, alumnos y funcionarios de la USACH.
De esta forma está culminando con un broche de oro este año 2009, que además contó con la publicación del libro VICTOR JARA, de Jorge Coulón, otra de las obras de la cual puede enorgullecerse la Editorial USACH.
Amenizaron este lanzamiento editorial, el famoso trío INTI ILLIMANI PREHISTÓRICO, integrado por Homero Altamirano, Max Berrú y Jorge Coulón.
A continuación les entregamos el texto del discurso de Luis Cifuentes en el nuevo parto de este libro:
Queridas amigas y amigos:
Hace ya más de quince años, el 13 de abril de 1994 lanzamos la primera edición de “Kirberg: Testigo y Actor del Siglo XX”. Ocurrió con un lleno completo de la sala Enrique Frömel, del Centro de Eventos de la USACh.
Entonces, los organizadores me pidieron hacer uso de la palabra y aproveché la oportunidad para contar una historia: la de mi relación de 24 años con Enrique Kirberg y cómo, de aquella compleja serie de encuentros y desencuentros, había surgido trabajosamente el libro.
En el período transcurrido entre aquella ocasión y esta, en que nos hemos reunido para lanzar la tercera edición, he publicado diversos artículos analizando la trascendencia histórica, institucional y política de don Enrique. Por esta razón, hoy intento cambiar de énfasis y, en lugar de hacer un refrito de esos artículos, he querido dar a estas palabras un enfoque anecdótico. Deseo hoy contarles la historia del azaroso, y a veces hilarante camino que debí recorrer, a partir del surgimiento de un manuscrito aprobado por don Enrique poco antes de su fallecimiento, para ver hecha realidad aquella lejana primera edición, que años después fue seguida por una segunda edición virtual y, finalmente, por la tercera, que hoy nos convoca.
Yo había retornado a Chile, desde un largo exilio en Inglaterra, en septiembre de 1992. De acuerdo al compromiso contraído con don Enrique de publicar el libro cuanto antes, me coloqué en contacto con la Fundación Kirberg. Yo tenía entonces la idea, que pronto se demostró utópica, que con haber escrito el libro, yo ya había puesto mi grano de arena y que otras personas tomarían ahora el bastón para plasmar ese texto en un objeto tangible.
Al principio, todo fue miel sobre hojuelas. En una reunión de personas interesadas en el tema, uno de los presentes se ofreció voluntariamente para ser editor de la obra. Procedí entonces a entregarle el manuscrito impreso y anillado y un diskette con el texto completo. Otros manifestaron con entusiasmo estar listos a contribuir con su trabajo al éxito de este proyecto. Para evitar cualquier suspicacia, cedí a la Fundación mis derechos de autor, de manera que yo no iba a recibir ni un peso por las posibles ventas. Todo esto configuró un comienzo auspicioso.
Pasaron varios meses y, ante mi consulta acerca del estado del proceso de publicación, fui citado a otra reunión. En ella, el editor voluntario se quejó amargamente de que su nombre no apareciera en el texto, cosa que él calificó como “una gran injusticia”. Un tanto sorprendido, respondí que, desafortunadamente, don Enrique no lo había nombrado en sus recuerdos, y la prueba física estaba en las cassettes grabadas de las entrevistas que constituyeron el fundamento del libro.
Creo que, sin intención de ofender ni molestar a nadie, don Enrique había nombrado a un grupo relativamente reducido de personas de la UTE. En los hechos, muchos otros académicos, estudiantes y funcionarios, de notoria participación en la Reforma de la universidad, no aparecían en el texto, cosa que, a posteriori, nunca provocó reacciones negativas de ninguno de ellos.
El afectado, que sin duda tenía derecho a expresar sus sentimientos, no respondió a mi explicación, sino que, en un gesto dramático, me extendió el manuscrito y el diskette, tácitamente renunciando al compromiso contraído y dejando la pelota en mi campo. Ninguno de los presentes se ofreció para reemplazarlo, de manera que no tuve opción sino la de enfrentar la tarea, para mí totalmente desconocida, de gestionar la publicación.
Consultando a algunos amigos que tenían experiencia en el mundo editorial, me enteré de que el tema Kirberg no era considerado comercial, de manera que ninguna casa establecida se iba a interesar en publicar el libro con sus propios recursos. Habría, entonces, que financiarlo íntegramente. El costo de una edición de mil ejemplares, producido por una editorial, era en esos días de alrededor de 1 millón y medio de pesos.
Luego se me informó que la Fundación carecía de dinero, de modo que esa suma iba a haber que conseguirla de la venta anticipada de la obra a académicos, estudiantes y funcionarios de la UTE y de la USACh.
Comenzó entonces un largo proceso, en el que tuve la ayuda de varias personas, entre quienes se destacó la Dra. Gladys Bobadilla, académica de la USACh, que entregó muchas horas de su valioso tiempo en obtener aportes tanto de los organismos gremiales estamentales de la universidad, como también de académicos individuales. Finalmente, con el trabajo de un pequeño grupo de personas, logramos juntar una suma cercana a los 350 mil pesos (no recuerdo la cifra exacta), que claramente imposibilitaba realizar la publicación por medio de una editorial.
Consultando entre la tribu uteína, surgió una alternativa viable. Nuestro compañero Alejandro Olmos (más conocido como “Olmito”) era propietario de una imprenta y se ofreció de inmediato para producir una edición de mil ejemplares por la exigua suma recolectada. Él nos advirtió que, debido a la escasez de fondos, los materiales iban a ser modestos, luego la edición iba a distar mucho de ser lujosa, pero que ella vería, finalmente, la luz.
Faltaba, sin embargo, un detalle de importancia: el diseño de la portada. Por más que buscamos un diseñador voluntario (puesto que dinero para pagar un diseñador no había) no lo encontramos y debí enfrentar yo, que de diseñador tengo tanto como de saltador olímpico de garrocha, una tarea que claramente superaba mis capacidades.
Pues bien, algo remotamente parecido a un diseño salió de mis esfuerzos y, después de un período, Olmito me llamó para que fuera a recoger la edición ya impresa. Traté de conseguir un vehículo adecuado y ayuda para la tarea de carga y descarga, pero no lo logré.
Finalmente, tuve que hacer de pioneta y cargar los pesados fardos de libros en mi auto, para luego hacer la descarga en el local de la Fundación, que era, y sigue siendo, la casa de doña Inés Erazo de Kirberg en calle Brown Norte, la misma donde un cuarto de siglo antes habíamos celebrado tres victorias consecutivas de don Enrique en elecciones de rector de la UTE.
La modesta apariencia del libro provocó diversos comentarios negativos y originales propuestas, en torno a las cuales no abundaré.
Así, con la ayuda de la Fundación, llegamos al apoteósico lanzamiento de la primera edición, un punto alto en todo el proceso. Con la sala Frömel llena de bote en bote, sonó varias veces el u-ene-í de los viejos tiempos, en lo que se destacó nuestro compañero Eduardo Álvarez, fallecido pocos años después.
Las intervenciones de destacados personajes de la UTE (Carlos Orellana, Alejandro Yáñez, Alicia Salinas, Luis de la Torre), y de don Edgardo Enríquez, primer presidente de la Fundación Kirberg, que había sido rector de la U. de Concepción y Ministro de Educación del gobierno del presidente Salvador Allende, coronaron una ocasión memorable y de muchas emociones. Todas esas intervenciones están en la tercera edición.
Pero aún quedaba la parte más imprevisible: la distribución y venta del libro. A las organizaciones gremiales de académicos, funcionarios y estudiantes que habían contribuido, se les entregó la parte proporcional a su aporte, que ellos distribuyeron entre sus miembros, sin embargo, aún quedaron varios cientos de ejemplares en el living de doña Inés.
Fue en esos días que entré en conocimiento del mundo de los vendedores de libros, que ya durante el cocktail de lanzamiento comenzaron a acosarme con ofertas de vender toda la edición en un plazo breve. Muy luego me enteré de la trampita: estos gestores cobraban una cifra fija por mes (entonces, entre $ 50.000 y $ 100.000) pero sin garantizar venta alguna, luego, uno podía gastar grandes cantidades de dinero sin que ellos vendieran absolutamente nada. ¡Aguaite la maravilla! Cada vez que me explicaban este curioso trato, yo me echaba a reír, cosa que molestaba a estos caballeros (porque siempre eran hombres), hasta el punto que uno de ellos me ofreció, en su folklórico lenguaje “sacarme la cresta”. La sangre no llegó al río, pero ese fue un punto singular de mi pintoresca experiencia.
No puedo dejar de mencionar que la obra estuvo a la venta en una librería en calle Cumming, en el primer piso del mítico Centro Cultural N’Aitún, fenecido hace un par de años y recientemente resucitado, donde incluso celebramos, en 1998, el trigésimo aniversario de la primera elección de don Enrique como rector de la UTE.
Llevé veinte ejemplares con la esperanza de que allí se vendieran, pero a las pocas semanas el N’Aitún se incendió y, como suele suceder en incendios de librerías, más libros fueron destruidos por el agua de los bomberos que por el fuego. Entonces pude comprobar el aserto de Olmito que los materiales del libro habían sido modestos. Mientras los libros más caros apenas se habían arrugado con el agua y podían aún venderse a menor precio, los nuestros se habían inflado como pelotas, quedando totalmente inservibles.
Debo señalar que nunca he tenido espíritu de vendedor y jamás he vendido ni un solo ejemplar de ninguno de mis libros publicados. Sin embargo, las percepciones individuales a veces son algo distintas de la realidad.
Tengo un recuerdo muy nítido de un encuentro fortuito en plena calle Ahumada con un ex - alumno de la UTE quien me preguntó por el libro. Con ánimo festivo, le conté algunas de las vicisitudes vividas, pero él me respondió con la mayor seriedad y con tono de resentimiento: “Bueno, yo sé que tú te estás llenando los bolsillos con las ventas”. Con toda calma, le conté la modestísima realidad: prácticamente no había habido ventas después del lanzamiento, y si las hubiera habido, el producto habría ido íntegramente a la Fundación. Él me escuchó y luego me espetó: “¿Y tú esperas que te crea esa historia?”, a lo que, al cabo de algunos segundos de reflexión, me limité a responder: “No”. Ante esto, él se dio media vuelta y, muy molesto, continuó su camino.
El año 2002 creé, con el apoyo de Juan Manuel Rivera, el sitio Web “Homenaje a la UTE”, que está hoy en un breve período de receso para un cambio de ciberdomicilio, pero que luego, tomando prestadas las palabras de un sindicalista argentino “renacerá de entre las cenizas como el Gato Félix”. Allí coloqué un archivo Word con el texto completo de la segunda
edición virtual, que cientos de personas han bajado de la Web de manera totalmente gratuita. Me apresuro a aclarar que no hubo lanzamiento público de la segunda edición.
De cuando en cuando, solía divertirme imaginando que algunos usuarios particularmente afluentes habían impreso el libro en papel couché y lo habían empastado en cabritilla marroquí con filigrana de oro, para compensar la precariedad de la primera edición. Empero, la reivindicación final es esta sólida y hermosa tercera edición.
Al cabo de algunos años, para mi sorpresa, comenzaron a llegar personas, conocidas o desconocidas, a pedir mi autorización para producir una tercera edición en papel. A quienes me parecieron más confiables les di mi anuencia, señalando que tuvieran en cuenta que la obra podía obtenerse gratuitamente en formato digital e insistiendo que debían buscar el acuerdo de doña Inés, por cuanto la Fundación poseía los derechos de autor. Ignoro cuántas de estas personas hicieron el camino de Brown Norte, pero lo cierto es que nunca supimos de ninguna tercera edición.
En el más jocoso de estos casos, después de algunos meses de organizarse, los emprendedores volvieron a verme para solicitar que yo me hiciera cargo de reunir los fondos. ¡Nada menos! Creo recordar que, ante mis carcajadas, se retiraron balbuceando maldiciones y, para mi mayor fortuna, nunca los volví a ver.
A propósito de avatares editoriales, recuerdo un magnífico negocio que alguien me propuso en torno a otra obra mía cuya primera edición se había agotado (a decir verdad, la mitad de la edición se había vendido y la otra mitad se la habían robado, pero ese es otro cuento): volviendo al gran negocio, se trataba de reimprimir la obra y venderla como parte de un “paquete cultural”. Con cierta renuencia, di mi autorización, sólo para, acto seguido, enterarme por mi interlocutor que, por cierto, la reimpresión debía financiarla yo. Mi hilaridad lo ahuyentó.
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Hay una diferencia no despreciable entre este lanzamiento y el de la primera edición. En el primero estuvieron presentes varios compañeros que ya no están con nosotros, por ejemplo, Eduardo Bernales, Juan Torres, Rolando Valdivia, Humberto Rodríguez, Eduardo Álvarez. En particular, quiero destacar a uno de los ausentes: a Luis Carlos Kirberg Erazo, nuestro querido Caco, hijo de don Enrique y doña Inés. Repasando viejos recuerdos, me asalta la convicción de que nuestros ausentes nos siguen acompañando en estas ocasiones.
Confieso que yo no creía que fuera a materializarse una tercera edición de “Kirberg: Testigo y Actor del Siglo XX” hasta que, el año pasado, recibí un e-mail anunciándome el interés de un grupo de académicos jóvenes, alumnos y ex alumnos de la USACh por hacer realidad la tercera edición. Una vez más di mi autorización, pero en esta ocasión había más corazón y más potencia en la empresa y a los pocos días recibí otro e-mail, esta vez del director de la Editorial USACh, para formalizar el inicio del proceso que culmina hoy.
Agradezco a Luis Felipe Figueroa, director de la Editorial, por haber generado el impulso que condujo a esta tercera edición, por haber publicado el libro y también por la manera en que lo hizo, consultando a cada paso al autor, manteniendo un diálogo de mutuo respeto. No todos los editores hacen las cosas de esta manera, que, a mi entender, es la única correcta.
Agradezco también a Francisco Rivera y a sus compañeros de la Sociedad de Socorros Mutuos La Construcción, que tiene por objetivo el rescate de memoria histórica de la UTE y de la USACh, por el interés puesto en la publicación.
Expreso mi gratitud a mis co-presentadores, por estar aquí y por sus palabras. También agradezco a los artistas que nos acompañan, mis viejos y queridos camaradas de Inti-Illimani, Jorge Coulon, Max Berrú y Homero Altamirano.
Finalmente, mil gracias a todos los presentes por su compañía, su amistad, su afecto. En el grupo humano presente hoy en esta sala, está una parte significativa del elenco de mi vida. Un abrazo cariñoso a todas y a todos.
Y para que nadie olvide que en el centro de todo este esfuerzo, entusiasmo y buena voluntad está la figura sonriente de don Enrique, quisiera terminar con algunas palabras que pronuncié en el lanzamiento de la primera edición, hace ya quince años:
“(De mis 24 años de encuentros y desencuentros con Enrique Kirberg), el balance final es, para mí, uno de afecto y admiración por ese hombre profundamente humano, positivo y consecuente. (…) Soy un convencido de que la tenaz semilla de Kirberg permanecerá. Somos muchos sus porfiados discípulos que andamos sueltos por el mundo, sembrando y empujando sueños onerosos y llevando en nuestras almas, en negro y anaranjado, las tres letras cordiales: U-T-E". Muchas gracias.
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Luis Cifuentes Seves
Diciembre de 2009
Estimado Lucho y Compañeros(as) de la UTE:
ResponderEliminarSoy académico de la U. de Chile y compañero de almuerzo de Lucho y Alvar, embajadores de la UTE en la Escuela de Ingeniería de la U. de Chile :-)
En primer lugar quiero agradecerles la invitación y felicitarlos por el emocionante lanzamiento de la tercera edición del libro
del rector Kirberg.
La verdad es que a través de mi amigo Lucho estoy enterado de muchas de sus actividades. De hecho, marché con Uds en el homenaje a Víctor Jara.
Ayer tuve por primera vez la oportunidad de compartir directamente con Uds. y debo confesarles que me causa una sana envidia el espíritu y fraternidad que mantienen entre Uds y con su alma mater. Creo que son un ejemplo digno de seguir, especialmente en la relación que mantienen con los dirigentes estudiantiles actuales.
Respecto del libro, creo que representa un serio esfuerzo por rescatar el pensamiento y obra de un rector que supo interpretar el espíritu de su tiempo y aplicarlo, en conjunto con toda su comunidad, en una universidad verdaderamente alineada con el progreso y desarrollo del país.
Gracias de nuevo por el conmovedor baño de nostalgia, cariño y esperanza.
Fraternalmente
Juan Alvarez
17 de diciembre de 2009
Felicidades Lucho. Exito con el libro
ResponderEliminarFelicitaciones Lucho!
ResponderEliminarKirberg fué un chileno de excepción y tu laborioso y esforzado trabajo permite que las nuevas generaciones conozcan una etapa de la vida de nuestro país en que muchos jóvenes soñamos en cambiar el mundo porque contamos con maestros de la talla de don Enrique.
JAIME UTE Valdivia.
Me parece muy entretenida y reveladora esta presentación para los que no estamos en el mundo de las publicaciones.
ResponderEliminarQuiero agregar que cuando entré al Salón de Honor, me emocioné mucho, era la primera vez que volvía después de 36 años.
También quiero contarles que canté con muchísimo gusto ya que se trataba del más grande personaje de la UTE y de Lucho que a pesar de ser chico es uno de los grandes personajes de nuestra generación.
Ya tendré la oportunidad de comprar esta edición que me parece más bonita que la que tengo.
Ojalá que los alumnos de hoy lo lean por que les va hacer muy bien
Max Berrú
Estimadas(os) compañeros UTE:
ResponderEliminarEs cierto que el Lucho es chico, pero es un GRAN embajador de la UTE en la Escuela de Ingeniería de la U. de Chile. Y el otro chico, Alvar, es también un gran cónsul. :-)
Gracias a Lucho por la invitación y por el significativo libro y a los Inti-prehistóricos por la emocionante interpretación.
Saludos fraternos de un admirador de la UTE y especialmente del envidiable rector Kirberg que tuvieron el privilegio de elegir.
Un abrazo fraterno
Juan Alvarez
U. de Chile