martes, 19 de octubre de 2010

SI CONTEMPLAS LA PAMPA Y SUS RINCONES

Si contemplan la pampa y sus rincones
Verán las sequedades del silencio
Y si observan la pampa como fuera
Destrozados sus lamentos.*

Si la pampa hablara, si el desierto más adusto, más árido, más seco del planeta hablara. Los cadáveres, los esqueletos, los fósiles blandos y calcinados por ese sol implacable que en el día azota y lacera y ese frío por las noches, que cala más que mil cuchillos, que contrae y adormece lenta y mortalmente. Las calaveras abolladas, con ese rictus de dolor, de mandíbulas contraídas. Se apilan y se vuelven incontables, son tantos, parecen siembras, siembras de fémures, de coxis, de cráneos con ojos huecos y risas eternas y petrificadas. La muerte florece en la pampa, tierra de un espeso color rojo, la tierra de un profundo olor y color rojo, color rojo sangre, color rojo muerte. La pampa esconde cadáveres en sus rincones, la pampa esconde a la muerte. La muerte insolente a veces se subleva y se alza entre las piedras, entre los peñascos, entre las rocas bordadas por brillantes hileras de metal.

Allí en la pampa aún no callan las víctimas de la Escuela Santa María. Sucedió en 1907. Fueron cientos, miles. Eran mineros con sus mujeres, con sus pequeños hijos. Sólo querían que les pagaran sus sueldos en moneda nacional, no con fichas. Sólo pedían 18 peniques de salario. Tuvieron la insolencia de reunirse y pedir algunas medidas mínimas para evitar accidentes y así mermar de alguna manera las muertes diarias en la mina. Marcharon de todos los campamentos, hasta el desierto. Dice la gente que eran como diez mil, contó también la gente, más de tres mil quinientos muertos. Los diarios de la época, no dijeron nada, le bajaron el perfil a la matanza del jamás vencido y valiente ejército chileno contra sus hermanos pampinos que llevaban por armas sus manos encallecidas, sus rostros quemados por el trabajo bajo el sol intemperante, uniformados de andrajos, calzando sus ojotas que apenas contenían sus destrozados pies.

Si la pampa hablara, sólo sesenta y seis años después. En 1973. Cómo ha contenido entre sus montañas, entre sus galerías que han servido de féretro y sus polvaredas de mortaja. La caravana de la Muerte y su recorrido macabro: También eran del Sur, hasta llegar al Norte, La Serena, Copiapó, Antofagasta, Calama. No sólo eran mineros, también eran campesinos, empleados, estudiantes, profesionales, obreros. Fueron acribillados y los que no morían instantáneamente, eran rematados a cuchilladas. Entre ellos un músico que dirigía el coro de niños de La Serena. Los militares chilenos de Pinochet, para terminar su tarea de exterminio impecable, allí en la pampa, los dinamitaron a los setenta y cinco.


Canto a la pampa la tierra triste
Réproba tierra de maldición,
Que de verdores jamás se viste
Ni en lo más bello de la estación.*

¿Cuántos millones de dólares gastaron en rescatar a los treinta y tres? ¡Y los llaman héroes! ¡A los mineros sepultados en la Mina San José setenta días! Son los pampinos de la Escuela Santa María de Iquique! ¡Son los setenta y cinco dinamitados de la Caravana de la Muerte. Las treinta y tres víctimas de este sistema económico infernal que privilegia el dinero, mil veces antes que la vida. Tres horas antes de la tragedia los mineros avisaron que la mina rugía, el “goteo” en lenguaje minero les anticipaba el desprendimiento de la roca, las paredes de la montaña explotaban y sus “jefes”, no los autorizaron para abandonar el yacimiento.

Si la pampa hablara, de no existir decenas de cámaras de televisión de todo este globalizado mundo, de no existir periodistas de todos los rincones de la tierra, grabadores y flashes inmortalizando la odisea de la ignominia, de la improvisación y del desmerecimiento humano, habría sido más rentable, más provechoso, encender una vez más, la mecha de una eficaz dinamita.

Baldón eterno para las fieras
Masacradoras sin compasión,
Queden manchadas con sangre obrera
Como un estigma de maldición.*

*Cantata Escuela Sta. María de Iquique

Iris Aceitón

1 comentario:

  1. Gracias Iris, tu sensibilidad nos permite percibir el otro lado de las cosas, ese que a veces se nos escapa ante tanta tergiversación y bombardeo incesante de noticias.

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