CON EL DANZAR DE LA LLUVIA
La vieja y cálida casona resiste
estoicamente los embates del viento y de la persistente lluvia. Una salamandra
silenciosa contiene leños rojos y ardientes
que trabajosamente intentan abrigar las paredes del sacrosanto hogar. La
pequeña cocina, ya invadida por los primeros feligreses que devotos han acudido
al llamado del adalid de la memoria obstinada y altiva, nuestro Osiel Núñez. En
el patio, los añosos árboles, con los primeros brotes de una primavera
travestida. Alrededor de las chimeneas humeantes parapetándose bajo un cielo de metal, se suceden los inaugurales abrazos de hombres
y mujeres dispuestos a revivir una vez más, la más bella cita de amor…
Pareciera que con una atroz porfía, el tiempo inclemente e
impío quisiera poner a prueba la fidelidad
de nuestro compromiso, la lealtad de nuestros valores, los mismos que
tantos, por defenderlos
ofrendaron su vida.
Y…¡Manos a la obra! Amelia y Carmen,
como todos los años ya se disponen a acariciar la harina que dará origen al
perfumado pan amasado. La Flora, en una bella
piedra taladrada, machaca y machaca los ajos fragantes y desnudos que mi
hermana Mirtha, Sergio, y yo, despojamos
de su ropaje. Nos llegan refuerzos a la cocina. La Pelito se suma a este grupo
interactivo. El intrépido primo de Osiel, no se amilana ante las hilarantes
mujeres que entre bromas y chascarros, procedemos a confeccionar el afrodisíaco chimichurri que
envolverá la carne de cerdo y pollo que irán a parar a las parrillas que
ansiosas esperan ser cubiertas por la olorosa carga.
La lluvia no amaina. Debajo del
entumecido parrón, de las copas de los árboles, saltando los charcos,
apuntándole con el paso inseguro a la hilera de pastelones que sirven de puente
para esquivar el barro que se potencia con el correr de las horas y que se
adhiere afanosamente a nuestros zapatos y a toda
nuestra indumentaria. Los parroquianos siguen llegando. Se apaciguan los
nervios, la expectante calma se va
apoderando del colectivo bullanguero que asalta sin contemplaciones la prodigiosa
casa de Osiel. Las manos se multiplican,
proporcionales a los corazones que llegan al convite. Sólo el recinto del
escenario se escapa de la implacable lluvia. Allí se instalan los largos
mesones alhajados de albos manteles que son de inmediato ocupados por los
ávidos comensales.
Guarecidos contra el muro se ubica
Ceibo, la editorial que creyó en mi proyecto literario y que mostrará ante la
concurrencia el resultado hecho libro. El dueño de casa improvisa bellas
palabras, lo sigue Dauno Totoro en representación de su casa editorial. Luego
hablé yo. No me acuerdo lo que dije, pero la película animada de tantos seres
queridos reunidos, jamás se borrará de mi memoria. …Y todavía no olvido. ¡Cómo
olvidar lo que un día soñamos y logramos construir! ¡Cómo olvidar nuestros
muertos, que mi sencilla obra pretende
contribuir a su inmortalidad! ¡Cómo dejar de sentir, el latido incesante de la
nostalgia transmutada ahora en un inusitado hálito de amor y vida!
El clima implacable no nos
amedrentó. Fuimos muchos los que acudimos a la más importante cita de amor. Le
seguimos ganando al olvido. Jugamos a
estar vivos. Jugando a la vida … Aunque
algo duela… Con el danzar de la lluvia.
IRIS ACEITON
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