MI
QUERIDO ALBERTO
Hace muy poco, en tu acogedora y cálida casa
de Nogales, tú ya enfermo y sentado en tu silla de ruedas, ante uno de tus
muchos exabruptos, te abracé y llené de
besos tus mejillas demacradas de barba
rala y entrecana…
___ ¡Por todos los besos que no te pude dar
cuando éramos jóvenes!
Te
enrostré suelta de cuerpo! ___ Sentí la rigidez de tus hombros al
escuchar tamaña osadía… --- Las
risotadas fueron estridentes
y generales ___ Al frente me miraban los
oscuros y cómplices ojos de tu Lily y
más allá los de mi Giorgio que en estos años algo ha aprendido a conocerme...
Siempre fue una pequeña fiesta compartir
contigo y con los tuyos en tu
hogar, estos últimos meses. La
discusión de los temas de tu libro, los
participantes, las anécdotas, los actos de heroísmos, los pelambres, los chascarros,
las lágrimas por los caídos, la rabia,
la añoranza, la convicción de haber sido esencialmente puros en nuestras convicciones
y actos… En muchas ocasiones olvidamos los años transcurridos. Yo te escuchaba
embelesada cuando hacías gala de tu memoria privilegiada, recordando
nombres, situaciones, hechos;
desenmascarando las inconsecuencias y las prácticas corruptas sin eufemismos baratos.
Y volvíamos a ser jóvenes…. Casi niños… Con
tu camisa amaranto__ Tu pelo negro, tu juvenil delgadez. Tus oscuros ojos, casi
arrogantes, mirando de frente. Tu lengua sarcástica, plagada de comentarios
inteligentes y mordaces. Y la FEUT volvía
a ser nuestra casa… El nido que albergaba nuestros sueños tempraneros___
Y no habíamos cambiado nada___ Éramos lo de entonces, los mismos… Ni el dolor, ni las ausencias habían quebrantado nuestras almas y, allí nos encontrábamos,
rodeándote, asimilando tu sapiencia,
indultando tus salidas de madre…
Me quedo con el privilegio de haberte
conocido, de haberte querido tanto, hasta siempre, hasta el último… De haber
aprendido a amar a tu musa inspiradora, esta Lily que te bailaba la danza de
los siete velos y, que impidió que tuvieras ojos para alguna otra muchacha de
la UTE. Haber conocido y querido a tus hijos, a tus nietos.
En tu mesa, en la cocina de Lily, entre las
ollas y el vino navegado, aprendimos que la amistad no se disfraza ni se
transa. Hasta siempre, hasta siempre, mi
querido Alberto.
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