martes, 25 de agosto de 2015



MI QUERIDO ALBERTO

Iris Aceitón

Hace muy poco, en tu acogedora y cálida casa de Nogales, tú ya enfermo y sentado en tu silla de ruedas, ante uno de tus muchos exabruptos, te abracé y  llené de besos  tus mejillas demacradas de barba rala y entrecana…

___ ¡Por todos los besos que no te pude dar cuando éramos jóvenes!

 Te enrostré suelta de cuerpo!­­­­­ ___ Sentí la rigidez de tus hombros al escuchar  tamaña osadía…  ---  Las  risotadas  fueron  estridentes y generales ___ Al frente me miraban  los oscuros y cómplices ojos de tu Lily  y más allá los de mi Giorgio que en estos años algo ha aprendido a  conocerme...

Siempre fue una pequeña fiesta compartir contigo y con los tuyos en tu   hogar,  estos últimos meses. La discusión de los temas de tu  libro, los participantes, las anécdotas, los actos de heroísmos, los pelambres, los chascarros, las lágrimas  por los caídos, la rabia, la añoranza, la convicción de haber sido esencialmente puros en nuestras convicciones y actos… En muchas ocasiones olvidamos los años transcurridos. Yo te escuchaba embelesada cuando hacías gala de tu memoria privilegiada, recordando nombres,  situaciones, hechos; desenmascarando las inconsecuencias y las  prácticas corruptas sin eufemismos baratos.

Y volvíamos a ser jóvenes…. Casi niños… Con tu camisa amaranto__ Tu pelo negro, tu juvenil delgadez. Tus oscuros ojos, casi arrogantes, mirando de frente. Tu lengua sarcástica, plagada de comentarios inteligentes y mordaces. Y la FEUT volvía  a ser nuestra casa… El nido que albergaba nuestros sueños tempraneros___ Y no habíamos cambiado nada___ Éramos lo de entonces, los mismos… Ni el dolor,  ni las ausencias habían  quebrantado  nuestras almas y, allí nos encontrábamos, rodeándote, asimilando  tu sapiencia, indultando tus salidas de madre…

Me quedo con el privilegio de haberte conocido, de haberte querido tanto, hasta siempre, hasta el último… De haber aprendido a amar a tu musa inspiradora, esta Lily que te bailaba la danza de los siete velos y, que impidió que tuvieras ojos para alguna otra muchacha de la UTE. Haber conocido y querido a tus hijos, a tus nietos.

En tu mesa, en la cocina de Lily, entre las ollas y el vino navegado, aprendimos que la amistad no se disfraza ni se transa. Hasta siempre, hasta siempre,  mi querido Alberto.
     

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