miércoles, 26 de agosto de 2015



·         agosto 26, 2015

Por Patricio Hales D. (*)

——-Agradezco a Alberto la certera  conducción política que ejerció sobre mi persona.

Su prestigio como dirigente en el triunfo y el gobierno del Presidente Allende es gran primera parte de su historia. Aprendí mucho de él entonces.

Pero en dictadura recibí sus mejores lecciones. Eran los momentos más difíciles.

Su palabra fue para mí una luz en medio de nuestra lucha diaria toda  la década de los 80.Nos veíamos todas las semanas a solas y con uno que otro compañero.

No pretendo hablar a nombre de ningún colectivo, solo hablo por mí.

Soy apenas un pedacito de esa historia en que peleábamos a diario por encontrar, a pesar del miedo enorme que teníamos, la libertad y la democracia.

En estas horas de su partida, doy testimonio para agradecer por lo que recibí de él.

Sus lecciones las he guardado toda mi vida.

Se lo escribí, personalmente, el año pasado y me agradeció. Guardo su carta.

Él fue para mí un maestro para  trabajar en el fortalecimiento de la lucha de masas, y dulcemente duro  para combatir el aventurerismo desesperado al que más de una vez no llevó la emoción y la dificultad de vencer la tiranía.

Alberto fue pedagógico. Me buscó él. Yo estaba impresionado de su interés. ”Tienes una responsabilidad pública de conducción, que yo no quiero tener”, me decía. ”Me corregía desde lo más básico en lo teórico. Todavía siento su sonrisa explicándome cuando me miraba como  un fáctico respetable pero ignorante en la teoría política para enhebrar la madeja de las alianzas.

Siempre me hacía referencia a la historia como lección.

Nos afirmó en buscar una política de amplitud que sumara fuerzas sociales y políticas.

Me hizo sentirme muy orgulloso de haber sido comunista, de ser heredero de las instrucciones de Recabarren, de los fundadores de la FOCH y la CTCH, así como de la vocación constituyente de Carlos Contreras Labarca en la constitución del 25.El me enseñó de la resistencia al Arios tazo, de la lealtad comunista a Pedro Aguirre Cerda, al Frente Popular hasta el triunfo del traidor.

Desde esa historia, a la que yo me sumé por tantos años, Alberto me evitó mirar con despreocupación el putchismo. Y se concentró en su preocupación por nuestra política de alianzas y su rechazo decidido al   ultra izquierdismo con el que nos comenzamos a “enfermar”, cuando estábamos  desesperados por no encontrar salida a la dictadura.

Eran los tiempos en que se necesitaba una serenidad, que no estaba en mi carácter ni en mi reflexión política. Sobre todo,   cuando los recientes  opositores a Pinochet, opositores de momento tardío, se declaraban por la democracia pero buscaban aislarnos  evitándonos como la peste. Ahí Alberto sabía no caer en diseñar la política desde el enojo, sino desde el objetivo estratégico .Y para eso juzgaba  la táctica adecuada.

Por años, se pasó frecuentes largas horas agregando conceptualización a la acción con que yo, con poca teoría, salía a la barricada.

”Alianza estratégica”, ”fuerzas motrices”, ”sentido del programa”, ”formas de lucha”, eran sus palabras que guardo las notas que yo tomaba.

Palabras  que  inundaban un vocabulario que ordenaba mi entusiasmo de lucha y le daban sentido a mis pasos.

Se puso a la sombra. No quiso pelear por asumir el liderazgo partidario y público que podría haber tenido en los 80. Mostraba heridas de la lucha interna. Pero tenía sed de influir porque lo consumía la posibilidad que no se produjera la unidad opositora a Pinochet. Y solo se expresaba casi con angustia cuando detectaba un desliz de aprecio a alguna forma ultrista que nos surgía ante los crímenes y atropellos que sufríamos literalmente en carne propia.

Le agradezco que me hizo comprender y respetar, pero combatir con la palabra, políticamente, a  los que se sumaron a formas de lucha ilusorias, llenas de admirable pasión y mística pero carentes de realismo y lo más importante-me decía Alberto-es que están al margen de las masas. Ahí me fui a buscar a Lenin, de nuevo, para leer su definición de táctica y de  vanguardia, en “Las tareas de los sindicatos”, para recordar que el vanguardismo va adelante pero no tiene a nadie detrás.

Ese debate al interior no fue fácil.

A ratos dolía.

No fue fácil porque era entre nosotros. Pues esos son los debates que más duelen.

Más difícil   aun cuando lo hicimos público.

El propio Alberto me impulsó y me dirigió para hacerlo público.

”No sirve entre cuatro paredes”, me decía. ”Llevemos la discusión a la elite y a la  masa”.

Para algunos,  el debate, respecto a lo ocurrido en esos años,  parece vigente todavía  hasta hoy día.  A alguno, entonces, nos parecía, y que a mediados de los 80 habíamos llegado a un extremo en la promoción de tácticas políticas que hacían que estuviese  en juego el fin o la prolongación de la dictadura.

¿Habrá todavía algunos que se enojan al solo recordar esa etapa de discusión nuestra? Puede ser. Fue una discusión que no nos quebró porque muchos se fueron “para la casa”.

Yo doy las gracias a Alberto por haber sido un líder para mí en esas dificultades

Cuando, siendo vocero público del Partido, caí preso por un poco más tiempo que las cortas detenciones anteriores y lo pasé mal, él volvió a impulsarme a la lucha.

Defendía a rabiar la necesidad de inscribirnos en los registros electorales para votar en el plebiscito de 1988, cuando en el Partido estábamos en las dudas si con eso le haríamos el juego a la dictadura o aprovecharíamos  una gran  oportunidad de lucha de masas.

Alberto  no dudó nunca. “Tienes que dar un paso que estimule la inscripción” me dijo. ”Atrévete”. Y así fui a buscar a la compañera Julieta Campusano a su casa, en Barrancas, para inscribirnos juntos en los registros electorales de Pinochet, con foto a colores en primera página en “El Mercurio”. Mi admiración y respeto por ella confirmó mi decisión.

La influencia de Alberto sobre mi conducta política en ese momento fue determinante hasta 1990. Ahí, cuando ya, al menos formalmente no había dictadura, me apoyó cuando decidí irme del Partido.

Me fortaleció anímica e intelectualmente ante tan difícil paso en mi vida. No sé si me apoyó o me ayudó dándome  un empujoncito para que me fuera. Me fui y quizás lo desilusioné, como a otros, por no haber desarrollado un esfuerzo de fundación de una alternativa por la renovación comunista. Pero él tampoco lo hizo. Y otros más nos fuimos para la casa mientras algunos mantuvieron desde el interior un trabajo fraccional al que no estuve dispuesto.

Lo que Alberto no dejó de hacer fue juzgar y cuidar cada paso público que pudiese hacerse para fortalecer la incipiente democracia.

Cuando comenzaban las tímidas adecuaciones de la Constitución de Pinochet, me retó por haber declarado en la prensa  que las primeras  54 reformas  eran insuficientes.” Eso no es lo que importa“ me dijo, ”Lo que importa es que son reformas y eso es el comienzo.”

Aplaudió la candidatura de Aylwin sin vacilación.

Y respiró tranquilo cuando Aylwin ganó.

Hoy, Alberto  ya no respira pero deja un recuerdo imborrable de su aire en la política contra la dictadura.

Escribo para agradecer públicamente la amistad con que me trató, para enseñarme de política.

Amistad que en este campo suele no existir.

Sobre el Autor: Patricio Hales D. es Embajador de Chile en Francia

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