ENRIQUE KIRBERG Y LA UNIVERSIDAD TECNICA DEL ESTADO
Luis Cifuentes S.*
En 1794 fue fundada la primera universidad tecnológica en la historia: la Escuela Politécnica de París. Surgió, junto a los modelos de Napoleón y Humboldt, como una expresión del renacimiento universitario de los 1800. El desarrollo del modelo tecnológico, aunque masivo e importante, fue, un proceso en voz baja. Sólo en la segunda mitad del siglo XIX llegó a hablarse de "escuelas superiores técnicas" y, recién en el siglo XX, de "universidades técnicas". La razón hay que encontrarla en el origen social de la enseñanza técnica: desde sus comienzos, fue dirigida a los estratos menos privilegiados y su agitada historia estuvo ligada a movimientos progresistas. La Escuela Politécnica es aún conocida como “la hija de la Revolución". Las universidades técnicas tuvieron así, desde, sus inicios, un carácter socialmente plebeyo y políticamente rojizo.
Enrique Kirberg Baltiansky fue un ejemplo típico de esta tradición histórica. Hijo de inmigrantes judíos, nació en Santiago en 1915. Luego de una modesta y feliz infancia en Valparaíso y Quilpué, ingresó, como alumno interno, a la Escuela de Artes y Oficios, fundada en 1849, cuyo primer director, el ingeniero y pedagogo francés Jules Jariez, había procurado modelar de acuerdo a la matriz parisina.
Ávido lector, agudo observador de su tiempo y animador incansable del movimiento estudiantil, Kirberg fundiría sus sueños de adolescente prematuramente huérfano, las largas conversaciones con su tío Mauricio Baltiansky, el menchevique, su participación en las guardias estudiantiles a la caída de Ibáñez, su presencia en el Sóviet nacido durante la efímera "República Socialista" del año 32 y su militancia en la Juventud Comunista, para proponerse, a temprana edad, dejar su marca vital en este Chile que ya entonces constituía el centro de su identidad.
Fundador y primer presidente de la FEMICH (Federación de Estudiantes Mineros e Industriales de Chile), le correspondió también iniciar y encabezar la intensa y victoriosa campaña que, en los años 40, condujo a la fundación de la Universidad Técnica del Estado (UTE) a partir de escuelas técnicas superiores preexistentes en siete ciudades chilenas.
Durante años de trabajo político legal o clandestino, incluida su labor de contra espionaje anti nazi durante la segunda guerra mundial, entre períodos de persecución, presión y relegación, Kirberg se tituló de ingeniero eléctrico y continuó su carrera profesional y académica, llegando a ser un destacado empresario ingenieril, especialista en iluminación y catedrático del ramo en la UTE y en las Escuelas de Arquitectura de la Universidad de Chile en Santiago y Valparaíso.
A consecuencia del movimiento de Reforma Universitaria, la UTE celebró, en agosto de 1968 y por primera vez en su historia, elecciones democráticas de rector con participación de profesores y estudiantes. Como obedeciendo una inexorable lógica, las fuerzas de la reforma nombraron candidato a uno de los fundadores del alma mater. Ante la aguda sorpresa de muchos, Kirberg fue elegido rector y reelegido un año más tarde. Luego de promulgarse el estatuto reformado de la UTE, triunfaría por tercera vez en 1972.
Sería demasiado largo listar aquí los muchos logros de su administración. La UTE se transformó por completo. Abrió sus puertas al Chile emergente y esperanzado, fuente de su origen e identidad y salió a buscarlo a las fábricas, minas y pueblos olvidados. Se abrieron las puertas a la participación de todos los estamentos y la riquísima discusión en sus claustros, en torno a la problemática más trascendente del país y del mundo, terminó por convertirla en una universidad con toda la barba. Sus sedes e institutos provinciales, de Arica a Punta Arenas, que habían dado a la UTE una buena parte de su riqueza, diversidad cultural y fuerte sentido de identidad, profundizaron sus raíces con sus comunidades. La UTE aventó su auto imagen de universidad menor y se atrevió a todo. Sin embargo, no fue impermeable a la marea histórica ni a la aguda y trágica polarización que desgarró la sociedad chilena.
El golpe de Estado de 1973 la convertiría en el blanco académico central, con 62 víctimas fatales comprobadas, cientos de prisioneros políticos, torturados y exiliados, el despido arbitrario del 50% de sus profesores y funcionarios y el cercenamiento de todas sus sedes provinciales. Kirberg sería el único rector chileno en sufrir dos años de prisión y doce de exilio forzado. Durante su estadía en Nueva York, y luego en Montevideo, realizó una incansable campaña por la solidaridad para con los perseguidos en Chile, mientras acumulaba honores académicos y publicaba dos libros sobre temas universitarios. A su retorno, en 1987, la parte más viva de su jibarizada y desnombrada universidad lo recibió en triunfo. Dos mil estudiantes lo pasearon por el campus capitalino de Avenida Ecuador al grito de "¡Aquí está nuestro rector!".
Entre 1969 y 1973 Kirberg, el visionario, había propuesto y fundado 24 institutos tecnológicos de Arica a Punta Arenas. La dictadura eliminó, de una plumada, 23 de ellos. Al volver al terruño, 14 años después, se encontró con un Chile lleno de institutos tecnológicos privados, dándole elocuentemente la razón. En agosto de 1991 ya muy enfermo, volvería una vez más al viejo teatro de la Escuela de Artes y Oficios a recibir el Doctorado Honoris Causa en una ceremonia que, como dijo certeramente su rector de entonces, honró más a la USACh que al homenajeado.
En extensas conversaciones sostenidas en 1991, a pesar del traumático derrumbe de su largamente acariciada utopía socialista, vi en él la inclaudicable decisión de continuar con sus antiguas cruzadas, signo de una poderosa inmanencia, acaso la misma que animó la acción de la escuela parisina hace casi 200 años; sin duda, la que dio origen a su universidad, la que hoy, fracturada en trozos a lo largo del país, vacila aún entre asumir o no su pasado, entre hacerse o no depositaria de la acerada determinación de existir y trascender que Kirberg, el perseverante optimista, luchó siempre por entregarle.
Pero sea cual fuere el futuro que la USACh y las universidades regionales derivadas de la UTE elijan para sí, la tenaz, semilla de Enrique Kirberg permanecerá. Somos muchos sus porfiados discípulos que andamos sueltos por el mundo sembrando y empujando sueños onerosos y llevando en nuestras almas, en negro y anaranjado, las tres letras cordiales: UTE.
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*El autor es académico de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile y autor de “Kirberg: Testigo y Actor del Siglo XX” (Fundación Enrique Kirberg, 1993), editor y coautor de “La Reforma Universitaria en Chile (1967-1973)” (Editorial USACh, 1997) e impulsor del sitio Web “Homenaje a la UTE” cuyo URL es:
www.geocities.com/uteito
y que tiene un mirror en:
http://www.ute.cl/
Luis Cifuentes S.*
En 1794 fue fundada la primera universidad tecnológica en la historia: la Escuela Politécnica de París. Surgió, junto a los modelos de Napoleón y Humboldt, como una expresión del renacimiento universitario de los 1800. El desarrollo del modelo tecnológico, aunque masivo e importante, fue, un proceso en voz baja. Sólo en la segunda mitad del siglo XIX llegó a hablarse de "escuelas superiores técnicas" y, recién en el siglo XX, de "universidades técnicas". La razón hay que encontrarla en el origen social de la enseñanza técnica: desde sus comienzos, fue dirigida a los estratos menos privilegiados y su agitada historia estuvo ligada a movimientos progresistas. La Escuela Politécnica es aún conocida como “la hija de la Revolución". Las universidades técnicas tuvieron así, desde, sus inicios, un carácter socialmente plebeyo y políticamente rojizo.
Enrique Kirberg Baltiansky fue un ejemplo típico de esta tradición histórica. Hijo de inmigrantes judíos, nació en Santiago en 1915. Luego de una modesta y feliz infancia en Valparaíso y Quilpué, ingresó, como alumno interno, a la Escuela de Artes y Oficios, fundada en 1849, cuyo primer director, el ingeniero y pedagogo francés Jules Jariez, había procurado modelar de acuerdo a la matriz parisina.
Ávido lector, agudo observador de su tiempo y animador incansable del movimiento estudiantil, Kirberg fundiría sus sueños de adolescente prematuramente huérfano, las largas conversaciones con su tío Mauricio Baltiansky, el menchevique, su participación en las guardias estudiantiles a la caída de Ibáñez, su presencia en el Sóviet nacido durante la efímera "República Socialista" del año 32 y su militancia en la Juventud Comunista, para proponerse, a temprana edad, dejar su marca vital en este Chile que ya entonces constituía el centro de su identidad.
Fundador y primer presidente de la FEMICH (Federación de Estudiantes Mineros e Industriales de Chile), le correspondió también iniciar y encabezar la intensa y victoriosa campaña que, en los años 40, condujo a la fundación de la Universidad Técnica del Estado (UTE) a partir de escuelas técnicas superiores preexistentes en siete ciudades chilenas.
Durante años de trabajo político legal o clandestino, incluida su labor de contra espionaje anti nazi durante la segunda guerra mundial, entre períodos de persecución, presión y relegación, Kirberg se tituló de ingeniero eléctrico y continuó su carrera profesional y académica, llegando a ser un destacado empresario ingenieril, especialista en iluminación y catedrático del ramo en la UTE y en las Escuelas de Arquitectura de la Universidad de Chile en Santiago y Valparaíso.
A consecuencia del movimiento de Reforma Universitaria, la UTE celebró, en agosto de 1968 y por primera vez en su historia, elecciones democráticas de rector con participación de profesores y estudiantes. Como obedeciendo una inexorable lógica, las fuerzas de la reforma nombraron candidato a uno de los fundadores del alma mater. Ante la aguda sorpresa de muchos, Kirberg fue elegido rector y reelegido un año más tarde. Luego de promulgarse el estatuto reformado de la UTE, triunfaría por tercera vez en 1972.
Sería demasiado largo listar aquí los muchos logros de su administración. La UTE se transformó por completo. Abrió sus puertas al Chile emergente y esperanzado, fuente de su origen e identidad y salió a buscarlo a las fábricas, minas y pueblos olvidados. Se abrieron las puertas a la participación de todos los estamentos y la riquísima discusión en sus claustros, en torno a la problemática más trascendente del país y del mundo, terminó por convertirla en una universidad con toda la barba. Sus sedes e institutos provinciales, de Arica a Punta Arenas, que habían dado a la UTE una buena parte de su riqueza, diversidad cultural y fuerte sentido de identidad, profundizaron sus raíces con sus comunidades. La UTE aventó su auto imagen de universidad menor y se atrevió a todo. Sin embargo, no fue impermeable a la marea histórica ni a la aguda y trágica polarización que desgarró la sociedad chilena.
El golpe de Estado de 1973 la convertiría en el blanco académico central, con 62 víctimas fatales comprobadas, cientos de prisioneros políticos, torturados y exiliados, el despido arbitrario del 50% de sus profesores y funcionarios y el cercenamiento de todas sus sedes provinciales. Kirberg sería el único rector chileno en sufrir dos años de prisión y doce de exilio forzado. Durante su estadía en Nueva York, y luego en Montevideo, realizó una incansable campaña por la solidaridad para con los perseguidos en Chile, mientras acumulaba honores académicos y publicaba dos libros sobre temas universitarios. A su retorno, en 1987, la parte más viva de su jibarizada y desnombrada universidad lo recibió en triunfo. Dos mil estudiantes lo pasearon por el campus capitalino de Avenida Ecuador al grito de "¡Aquí está nuestro rector!".
Entre 1969 y 1973 Kirberg, el visionario, había propuesto y fundado 24 institutos tecnológicos de Arica a Punta Arenas. La dictadura eliminó, de una plumada, 23 de ellos. Al volver al terruño, 14 años después, se encontró con un Chile lleno de institutos tecnológicos privados, dándole elocuentemente la razón. En agosto de 1991 ya muy enfermo, volvería una vez más al viejo teatro de la Escuela de Artes y Oficios a recibir el Doctorado Honoris Causa en una ceremonia que, como dijo certeramente su rector de entonces, honró más a la USACh que al homenajeado.
En extensas conversaciones sostenidas en 1991, a pesar del traumático derrumbe de su largamente acariciada utopía socialista, vi en él la inclaudicable decisión de continuar con sus antiguas cruzadas, signo de una poderosa inmanencia, acaso la misma que animó la acción de la escuela parisina hace casi 200 años; sin duda, la que dio origen a su universidad, la que hoy, fracturada en trozos a lo largo del país, vacila aún entre asumir o no su pasado, entre hacerse o no depositaria de la acerada determinación de existir y trascender que Kirberg, el perseverante optimista, luchó siempre por entregarle.
Pero sea cual fuere el futuro que la USACh y las universidades regionales derivadas de la UTE elijan para sí, la tenaz, semilla de Enrique Kirberg permanecerá. Somos muchos sus porfiados discípulos que andamos sueltos por el mundo sembrando y empujando sueños onerosos y llevando en nuestras almas, en negro y anaranjado, las tres letras cordiales: UTE.
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*El autor es académico de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile y autor de “Kirberg: Testigo y Actor del Siglo XX” (Fundación Enrique Kirberg, 1993), editor y coautor de “La Reforma Universitaria en Chile (1967-1973)” (Editorial USACh, 1997) e impulsor del sitio Web “Homenaje a la UTE” cuyo URL es:
www.geocities.com/uteito
y que tiene un mirror en:
http://www.ute.cl/
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