sábado, 10 de mayo de 2008

HIJOS DE LA UTE POR NUESTRAS MADRES AMADAS



MAMA NO TE LO PERDONO

Mamá, no te perdono que te nos hayas muerto a los 37 años, en el parto de tu sexto hijo. Pucha que le hiciste falta al Marito Ernesto, nombre que elegimos democráticamente.
Y pa qué decir a la Ñañita que era tan chica y también a la Merce.
La noche del alumbramiento te fuimos a ver al Hospital Naval, con Cacho y Aquiles.
Este te dijo que estabas pálida. Eso te molestó y nos asustaste al reprenderlo con que a los seres queridos enfermos había que “alentarlos”, no atemorizarlos.
Eso probaba que ni tenías ninguna gana de morirte, ni dejar solo a tu amor y a tus 6 hijos.
Al volver a casa y entrar a la pieza oscura algo me avisó que te nos estabas muriendo.
Con mis 10 años le pedí a Dios que te cuidara, pero no lo hizo. Antes de la medianoche sonó un teléfono y entre sueños me puse a tiritar. El papá se puso a retar al médico que le informaba que te la había ganado una hemorragia interna. El viejo despertó a los mayores y dijo que la compañera se había ido por un shock. Quise levantarme para ayudar al papá, pero me pidió que siguiera durmiendo. En la mañana al levantarte te encontré en tu cama muerta y luego te pusieron en una urna negra y desocuparon el comedor donde te llevaron.
Y para que descansaras te habías ido de viaje con el papá a Brasil y a Uruguay. Pero te pilló allá el terremoto y maremoto del 60 y tuvieron que volver apurados y desesperados a Chile. No nos había pasado nada, pero fue un duro golpe para ti y desde mayo a octubre te fuiste desangrando y eso me tocó verlo cada vez que te sacaba la chata. Tú me esperabas al volver del liceo, con una rica leche con avena, el mismo que tomabas para fortalecer tu embarazo. Los hermanos mayores estaban en clases, al igual que las hermanas menores. Así que en tus últimos 5 meses me regaloneaste como nunca antes y no los olvido. Agradezco el amor que nos diste cuando estábamos con fiebre. Nos acariciabas, nos ponías paños fríos, nos dabas piramidones o luminaletas y se nos iba el dolor.
Valoro el amor que le dabas al papá y te pido disculpas por la vez que me puse a gritar “los pillé, los pillé”, cuando descubrí sus caras felices tapados por las sábanas haciendo…
Recuerdo un solo reto tuyo, cuando por descuido mío a la Ania la atropellaron. Y tu ira cuando casualmente la Mercedita tomó algo de limpiolina en una botella de leche.
Me encantaba ir contigo al mercado y hago lo mismo con la Cata que ya tiene 4 años.
Ya sabes que me casé en el Moscú que tanto amabas, conoces a María Victoria, y a las 3 hijas, Julieta ya tiene 21 e Irina 15. Te doy gracias en el día de la madre, no pudimos verte envejecer y serás siempre para tus 6 hijos, joven, hermosa, e inolvidable.
GUÍO 2008
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ALGO SOBRE MI MADRE

Cierro los ojos y te veo, alta muy alta. Tus largas y torneadas piernas lucen hermosas a pesar de las huellas que han dejado en ellas el trabajo y las várices. Tu cintura es pequeña y contrasta con tus anchas caderas, tus pechos son grandes y desafiantes, tus brazos son fuertes y tus manos, esas manos que tantas veces me castigaron y tan poco me acariciaron. Recorro tu rostro de piel muy blanca enmarcado por tu pelo oscuro y ondulado, me detengo en tus ojos de color café, brillantes, no muy grandes, fríos, burlones. Tu boca es pequeña de labios delgados, esos labios que tan pocas veces me besaron cuando niña. Te veo hermosa, coqueta , envuelta en tu abrigo de piel café con ese inolvidable aroma a Channel nº5 .
Debo tener unos cinco años. Siento mucha rabia, celos. Vas a ir al cine con papá; quiero que no vayan o que me lleven. Tu cara se descompone: me sacudes, me gritas. Si no estuviera papá me habrías cacheteado, me habrías tirado el pelo, me habrías llenado de groserías. Papá me toma en sus brazos, me besa, me consuela, me promete chocolates. Mi desquite será trajinar tu cartera cuando vuelvas , te robaré los dulces, esos con centro de almendras que te comprará papá a la entrada del cine y me los comeré todos, sola, sin dejarte nada.
Rápidamente me hago mujer, nada tenemos en común. No te gustan mis juegos, ni mis amigos, ni mis libros ni mi música. También a ti los años te van doblegando. Tus brazos ya no escobillan decenas de sábanas blancas. Ya no almidonas ni azulas aquellos cojines albos. Tus dedos ya no se encantan con la harina en la batea de tu cocina desordenada.
En un cónclave urgente, tus hijos esos que más amaste, después de muy poco debatir lo deciden ¡A un asilo! En sus casas no cabes, no tienen un rincón que cobijen tus huesos blandos. El asilo es el lugar para los viejos, para los que han tenido la desfachatez de envejecer. Tus ojos, ya secos, me persiguen, me taladran el alma. Te llevo a mi casa, en ella sí cabes, su puerta es ancha.
Te vas haciendo cada vez más pequeña; más pequeña y más triste, autista con la mirada clavada en quizás qué episodio de tu vida pasada. Y un día me dices: “Hija, gracias, Irisita, gracias”, con toda la ternura que no me diste en todas estas decenas de años. Te abrazo y lloramos juntas durante largo rato. Te arropo en tu cama hecha un ovillo, como a una niña, como a esa hija que no tuve; te beso después de tantos años, siento la suavidad de tu piel arrugada y un aroma a Channel nº5 me invade. Te vuelvo a besar entre lágrimas y lentamente recupero la calma.

Iris Aceitón, 2008

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