martes, 10 de junio de 2008

UN RECUERDO PARA SALVADOR ALLENDE



EL NOMBRE SALVADOR ALLENDE

Iris Aceitón

En mi hogar, el nombre Salvador Allende fue un sinónimo de fe, de esperanza. Crecí pronunciándole, respetándole, fue nuestro eterno candidato, el candidato de la clase trabajadora , el candidato de los pobres.

En mi memoria permanecen nítidas las imágenes de la campaña de 1958. Yo estudiaba en un colegio que quedaba ubicado en lo que hoy es Santiago Centro. Por ese entonces la segregación social no era tan extrema, como lo es hoy día, sus alumnos proveníamos de todos los estratos económicos y la política también llegaba a nuestras aulas.

Durante los recreos se formaban tres bandos irreconciliables: los que estaban con Alessandri se juntaban a la derecha del viejo patio, al medio se ubicaban los de Bossay y a la izquierda los más bulliciosos, los más creativos y perseverantes, los que estábamos con la candidatura del compañero Salvador Allende. Nos preparábamos organizadamente, para el día siguiente superar en cánticos y gritos, a nuestros adversarios que eran tan pequeños como nosotros.

Mi padre un brillante obrero de la construcción, autodidacta, fue duramente perseguido y encarcelado por el traidor González Videla, se cultivó en el fragor de la lucha. Por las noches, en improvisadas tertulias contaba los avatares y penurias que vivió en aquella negra época. Yo me dormía en sus rodillas, escuchándole y admirándole. Y así, poco a poco el nombre Salvador Allende se me fue enquistando en la piel.

Nuestro barrio lo que es ahora Estación Central también era cosmopolita; éramos de todos los pelajes y credos religiosos y políticos. A metros de mi hogar, mi padre formó un comité del FRAP (Frente de Acción Popular). Allí convivíamos: comunistas , socialistas e independientes . Las mujeres organizaban onces para los niños, por las noches, asados y bailes para los adultos. Yo, agrandada desde siempre, recitaba los versos de Nicolás Guillén:

Ay Cuba ya se acabó
Se acabó por siempre aquí
Se acabó
El cuero de manatí
Con que el yanqui te pegó

Con las convivencias se juntaba dinero. Se apadrinaban pequeños parques y plazas. Mientras los adultos plantaban árboles, reemplazaban columpios, pintaban y parchaban asientos; nosotros los niños, gritábamos las consignas, repartíamos folletos del candidato del pueblo.

El triunfo en las urnas de Alessandri, sepultó las esperanzas de la clase obrera . Veo la tristeza en el rostro de mi padre y las primeras lágrimas que yo lloraría por Salvador Allende.

La derrota no amilanó a nuestro héroe, como Diputado , luego como Senador y como presidente del Senado ahí estuvo siempre donde los desposeídos lo necesitaron y así llegó la campaña de año 1964 .

La campaña presidencial de 1964 la viví con más seriedad, cada vez más convencida que podíamos salir del subdesarrollo cultural y económico con un presidente como Salvador Allende. Mi padre querido, reactivó el comité del FRAP, en el mismo lugar donde funcionó la campaña anterior.

Las concentraciones eran verdaderas fiestas populares en el entonces Parque Cousiño. La familia proletaria se vestía con sus mejores galas y acudía en masa a la convocatoria. Las competencias de volantines, los mejores asados se reservaban para tan magna ocasión, era tanta la efervescencia que cuando el compañero candidato terminaba de hablar muchos de sus seguidores dormían plácidamente el sueño que les provocaba el exceso de alcohol que habían ingerido.

La campaña del terror siempre fue usada por la derecha, solo cambiaban los slogan dependiendo de la época y las circunstancias. Era muy común que una compañera de curso me gritara que los comunistas se comían a las guaguas, que le arrebatarían los niños a sus madres para lavarles el cerebro, que Salvador Allende después de darle la mano a un poblador, se las desinfectaba con alcohol y botaba toda la ropa que llevaba puesta porque ésta estaba contaminada con los gérmenes que portaban “ los rotos”.

Nuevamente vivimos la derrota. Lloré desconsoladamente y fue mi padre quien me consoló llenándome de esperanzas. Ese mismo fatídico año lo perdería en un accidente automovilístico. Huérfana de papá, sus enseñanzas se me grabaron a prueba de fuego y rápidamente me hice mujer.


En 1970, yo estudiaba en la Universidad Técnica del Estado, en su Instituto Pedagógico . Por cuarta vez se presentaba como candidato a la presidencia nuestro compañero Salvador Allende, y yo por tercera vez creía que el sueño de un Chile mejor era posible y trabajaría arduamente para que su proyecto de país se materializara.

Mi Universidad, y digo mi Universidad porque realmente la sentía mía, estaba entregada absolutamente a la causa de la revolución por la vía pacífica que en este caso eran las elecciones. Nada nos detuvo y nuestra entrega como jóvenes revolucionarios fue preponderante en el triunfo de ese 4 de Septiembre de 1970.

Ese inolvidable día me fui muy temprano a la Universidad. La orden era votar muy temprano y congregarnos en nuestra casa de estudios. Por edad no me correspondía sufragar, así es que no tuve el honor de votar por hombre que tanto admiraba. El aire estaba tenso, como nunca las esperanzas de conquistar un triunfo estaban al alcance de la mano, los cómputos se sucedían lentos, demasiado lentos para nuestros corazones juveniles. Hasta que ya al atardecer, lo que había sido una quimera de tantos años, esta esquiva quimera empezaba a ser realidad. Lloraba nuevamente, lloraba por la emoción de ver que el sueño de los pobres estaba por cristalizarse, el sueño de los trabajadores, de las mujeres pobladoras, el sueño de los justos y mi amado padre no estaba a mi lado para celebrarlo Hombres, mujeres, estudiantes, empleados, académicos, unidos en un solo abrazo lloramos de alegría, lloramos por todos los que habían quedado en el camino, por nuestros mártires que pagaron con sus vidas para que tamaña hazaña se hiciera posible.

El Doctor Salvador Allende hablaría en la FECH (Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile ). Todo el mundo a defender la victoria, sin aceptar provocaciones. Conscientes de la etapa histórica que nos había tocado vivir, miles de mujeres y hombres con el corazón embargado por la emoción nos dirigimos a escucharle. Íbamos por la Alameda hacia el centro, en todas las esquinas se acoplaban grupos de gentes eufóricas a nuestro improvisado desfile.

Las banderas naranjas de la UTE, flameaban orgullosas, el júbilo era impresionante, contagioso, pasábamos frente a la sede de la Democracia Cristiana, nos inquietamos, su candidato Radomiro Tomic había salido tercero. Pero, Los jóvenes de la JDC nos abrazaban, reconociendo el estrecho triunfo que en las urnas había obtenido nuestro candidato. Esos abrazos fraternales de la JDC a tan pocas horas de conocer nuestro triunfo fue determinante en la votación del PDC en el Congreso, obligándole a reconocer la victoria de las fuerzas progresistas que apoyaban al Doctor Salvador Allende.

Ya en la FECH,lo escuché, radiante, emocionado, se dirigía a nosotros los jóvenes que tanto habíamos trabajado para este triunfo, a los trabajadores, a las mujeres chilenas que no habían creído en las campañas de odio de la derecha , se dirigía a su pueblo postergado desde siempre. Nos llamó a la calma, a celebrar con mesura , a cuidar el triunfo que tanto nos habías costado obtener.

Lo que vino después es una negra historia conocida. Solo me queda afirmar con orgullo que volvería a soñar, que nada ni nadie logrará arrancar desde lo más profundo de mi ser, la certeza de que una vez en Chile estuvimos a punto de alcanzar el cielo y que en mis hijos y en los hijos de mis hijos y en los hijos de éstos, el nombre Salvador Allende será sinónimo de valentía y consecuencia...

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