viernes, 17 de julio de 2009

LA UTE REVIVIÓ CON UNA PAELLA EN LA CASA NERUDA-DEL CARRIL EN LA REINA

PAELLA EN MICHOACÁN




Para llegar a la casa de los Corvalán Castillo hay que ser un piloto avezado. En ese largo y angosto pasaje de la comuna de Nuñoa, está el hogar del que es, el más importante dirigente vivo, del Partido Comunista chileno. Allí don Luis Corvalán Lepe, otrora senador de la república y secretario general del PC, junto a su esposa, doña Lily, su infatigable e inclaudicable compañera, abren las puertas de su casa con la generosidad que los caracteriza, para dar el primer vamos a esta ya su tradicional paella.

Un gran, añoso y fragante cedrón dificulta el paso hacia la puerta principal. En el pequeño antejardín, un extenso mesón soporta rumas de libros cuyas hojas amarillentas denotan el paso del tiempo y la incesante creatividad intelectual, que a pesar de sus años, no merma en el dueño de casa. En todo el costado del pequeño edificio, un señorial parrón sirve de cielo a una vastísima mesa donde han compartido los más diversos personajes, del ámbito de la cultura y de la política nacional y más allá de nuestras fronteras.

Desde el comienzo de semana se han movilizado las huestes de la UTE, para llevar a cabo las primeras tareas al mando de la heredera natural de la paella, la hija menor de don Lucho y doña Lily; María Victoria. Se han distribuido las entradas, se ha cobrado y se han comprado casi todas las materias primas. Amelia, Cristina, Chalía, Juan, Giorgio, Osiel, Alex, Rodrigo, Alvar; son los primeros peones que se incorporan a esta fecunda tarea.



Es un frío sábado de julio, me alejo de la escena para absorber de un sopetón la imagen idílica que llega a mis retinas:“Giorgio lava cubiertos, Osiel lava platos, Cristina y yo lavamos botellas. Doña Lily rezonga en la cocina exigiendo mayor participación, Tito pica todo lo que le ponen por delante, Gloria va y viene apoyándonos con la infraestructura, don Lucho se pasea sereno, medio ausente, en el centro de tanta batahola. La toma es perfecta, no se necesita repetición.

Pareciera una película en blanco y negro, de los años 70. Son los trabajos voluntarios, es la FEUT la que se prepara para una de sus magníficas peñas culturales las que marcaban un hito en el ambiente universitario de la época. Es la mejor y gran película de nuestras vidas, con esas secuencias de amor y fraternidad donde no hay otros actores en el mundo que puedan ser capaz de volver a interpretarla.

El domingo 12 de julio, amaneció más temprano que nunca en Michoacán, los trajines de estos locos de la UTE, vinieron a interrumpir los sueños plácidos de la dueña de casa, doña Delia del Carril. El ir y venir de bártulos, acarreos de cajas, vehículos que entran y salen; contrastan absolutamente con el silencio y el donaire de esta señorial mansión. Mansión donde viviera por largos años Pablo Neruda, junto a la que fuera su segunda esposa.



Inmediatamente después de la casa, dentro de una gran carpa blanca, decenas de mesas redondas nos esperan pacientemente para ser vestidas de blanco, como a purísimas doncellas. La Cristina, Chalía, Amelia, han realizado casi toda la tarea. Aurora, le da el toque femenino y las engalana con las más sencillas y hermosas flores.

Lentamente los invitados empiezan a llegar.

Detrás de la carpa, dos grandes fogatas de leños ardientes, esperan abrazar en sus entrañas, a las dos magníficas e inmensas paelleras de fierro. En estas fenomenales piscinas de aceite hirviendo, se fríen los tomates, el pimentón, los trozos de cerdo, de pollo, de vacuno. Tito, con la maestría de un experto, les deja caer los frutos de nuestro océano: los locos, cholgas, choritos, camarones, almejas.



Están todos los ingredientes, para que don Pablo, desde el cielo nos escriba el más bello poema gastronómico. El viento hace su trabajo aparte, se encarga de transportar el aroma del humo de los leños, junto a los olores de esta mezcla prodigiosa que hace que hasta los muertos más muertos resuciten.

Siguen llegando más y más comensales, en la puerta Cristina junto al Piriguín, controlan la entrada, más adentro Rodrigo junto a María Victoria le dan la bienvenida a los invitados. Las mesas se ocupan, los platos de paellas danzan por los aires hasta llegar a sus ávidos destinatarios. El ambiente está cargado de buena voluntad, es la alegría del reencuentro. En pantalla Osiel y el discurso que dijera en el estadio Víctor Jara, en un homenaje a éste. Nuestro Max Berrú nos regala su canto. Rodrigo Cerda, como Presidente de nuestra Corporación, agradece y recuerda a nuestros caídos.

Me abraza lleno de amor, Alejandro Yánez, uno de los más insignes y consecuente Presidente de la FEUT, le devuelvo todo su cariño agradecida. Los hermanos de la U. de Chile son varios, con su grito de guerra se distinguen. Me abrazo con mi gran amigo Lucho Cifuentes. El mítico Sapo y la Culebra nos llenan de reminiscencias con sus canciones. Leo con emoción el saludo que nos enviara desde las lejanas tierras del Canadá nuestro entrañable Víctor Díaz, aquí, o allá, siempre presente.



La Rosita Callejas es pequeña, cariñosa, alegre y cantarina como una burbuja, no podía ser de otra manera la mujer que estuvo junto a la hormiguita, hasta el último minuto de su vida, cerrándoles sus ojos. En los bolsillos de su delantal, como el más preciado tesoro, guarda un gran manojo de llaves. Son las llaves del gran santuario que cuida con celo y abnegación. Accede por fin a mostrarme esta fortaleza de la cultura que tan poco hemos valorado los chilenos.

Traspaso esa enorme puerta de tablones unidos por una gruesa cinta de fierro. Todo es madera, reluce, está bien cuidada. En los muros de la sala de estar y el comedor, cuelgan los corceles a grafito que tanto caracterizaran a la hormiguita. Haciendo caso omiso a los letreros “No tocar”, con mis manos recorro las mesas, objetos de arte, como queriendo empaparme de tanta historia, de ese pasado glorioso que tanto me abría gustado vivir. El piano que majestuoso adorna la sala de música, permanece impávido.

Me detengo en un trozo de madera, me reconozco, me identifico. Es una vagina esculpida en un pedazo de árbol. Me llena de orgullo este homenaje a mi género. Sigo a mi guía, conoce cada detalle, en una gran fotografía en blanco y negro, me detalla los que ahí aparecen: Gracia Barros, Nemesio Antúnez, Roser Bru, José Balmes, Carreño, Delia del Carril, todos posando junto a ese palto enorme que todavía existe, que ahora nos contempla, como mudo testigo de tanto esplendor.

En el segundo piso, después de la biblioteca, la oficina, su dormitorio. Una magnífica gigantografía en blanco y negro de un camino interminable, flanqueado por álamos desnudos, sirve de cabecera a una pequeña cama de madera. Aquí murió la hormiguita, me dice Rosita, recorriendo con sus manos lo largo del lecho, con sus ojos llenos de lágrimas, murió en mis brazos, recalca. La miro enternecida. Para consolar a la que ya es mi íntima amiga, leo en voz alta los versos que permanecen en el velador. Del libro residencia en la tierra. Son los versos del poeta para su musa, Delia. Rosita sonríe con nostalgia.



Más fotografías, más poesía, más versos. Juvencio Valle, Albertina y Rubén Azócar, García Lorca y la revolución española. El aroma de la paella nos vuelve a la realidad. Rosita cierra cuidadosamente el sarcófago de sueños. Abrazadas nos alejamos de la casa. Allá en el fondo del gran patio, arriba del escenario semiderruido, protagonizando y prolongando esta obra maravillosamente escrita con tantas quimeras rotas, actuada por tantos locos buenos, jugando con los duendes, con los ángeles de don Pablo, de doña Delia, con el espíritu de todos los que ya no están. Con el precioso candor de sus cortos años, están jugando la Catita y mi nieta Antonella.

IRIS ACEITON
INVIERNO 12 DE JULIO

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