3) Estadio Nacional.
Como tercera etapa de este testimonio, comentare la situación vivida en el otro gran campo de concentración de prisioneros como fue el Estadio Nacional
Fuimos nuevamente ordenados en fila india y a punta de culatazos y golpes – como ya era tradicional – nos introducen en un bus y agachados y con las manos en la nuca nos llevan de madrugada al Estadio Nacional y en la llegada al mismo, recibimos el mismo trato de golpes e insultos y nos introducen a uno de los camarines del Estadio. Supongo éramos unas ciento cincuenta personas y completamente hacinados en estos estrechos camarines no podíamos tendernos y debíamos permanecer de pie, hasta el baño de los camarines estaba lleno de gente. El frío era atroz y muchos de los compañeros de más edad así como algunos que estaban muy malheridos lográbamos hacerles espacio para tenderlos y con nuestras chaquetas taparlos para darles un poco de calor.
Calculo que pasamos unos dos días encerrados en este camarín ubicado en la zona de la puerta de la Maratón - si mal no recuerdo era el camarín # 9 – El hambre era terrible y recuerdo que algunos compañeros con hojas de afeitar viejas encontradas en los baños picaban pedacitos de cáscaras de plátano y naranja y lo repartían entre todos. Era algo impresionante ver como lograban picar en mínimos pedazos estas cáscaras y repartirlas entre los 150 detenidos.
Como a los dos días, abren la puerta del camarín y nos sacan a las graderías del Estadio. Era un día relativamente asoleado y pudimos tomar aire y sol, ver el bello césped del Estadio y observar como gran parte de las graderías estaban atiborradas de prisioneros – calculamos unas veinticinco mil personas – Había soldados fuertemente armados -, tanto en la parte superior como en la cancha del estadio, y las famosas Rheinmetall ubicadas estratégicamente en distintos lugares del mismo y apuntando en todas direcciones.
Después de unos cinco días, fue la primera vez que logramos probar comida y en cocinas de campaña y platos de peltre, nos sirvieron una cucharonada de porotos, realmente la comida se sintió sabrosa pues el hambre era muy fuerte. Por los parlantes centrales del Estadio tocaban constantemente marchas militares y de vez en cuando llamaban por los mismos, a detenidos para que se presentaran en el disco negro, ubicado frente al palco presidencial y en la pista atlética del Estadio. Este disco negro, pasó a ser un símbolo macabro – pues después supimos y me tocó además vivirlo personalmente -, ya que prácticamente todos los que eran llamados desaparecían del Estadio o bien volvían completamente destrozados por la tortura.
Estuvimos varios días y semanas en una rutina similar, temprano nos llevaban a las gradas, recibíamos un plato de porotos tipo dos pm y a las cinco pm, nos metían nuevamente en los camarines. Había cierta libertad de movimiento en la zona de gradas, se podía ir al baño en grupos, acompañados por militares, en fila india y con las manos en la nuca. Por los parlantes las marchas, los llamados al disco negro y poco a poco comenzaban a leer listas de detenidos que los llevaban a la Zona Norte del Estadio y que pronto serian liberados.
Había un movimiento más o menos constante dentro del mismo Estadio; cambio de camarines y de zonas, gente que salía libre y otros que llegaban recién detenidos, pero en general, se notaba que iba disminuyendo la cantidad de prisioneros y ya en los camarines quedábamos unas cincuenta personas. Dentro de estos recientes detenidos, dejo testimonio de la llegada del que era Secretario General de la Universidad Técnica y además miembro de la Dirección Central del Partido Socialista, compañero Ricardo Núñez, quien fue detenido después del golpe en la misma Universidad y fue muy golpeado y torturado y en muy malas condiciones físicas llego detenido al estadio nacional. Además dejo constancia de la detención y posterior traslado al Estadio, del hijo del secretario General del Partido Comunista, mi gran amigo y camarada Luis Alberto Corvalán Castillo.
Pasan los días y dentro de esos movimientos me trasladan a la Zona Norte, que era el lugar de transito hacia la libertad. Dormíamos debajo de la marquesina de esa zona, en los pasillos - calculo éramos unos cuatrocientos compañeros –. Una noche, nos despiertan con mucha fuerza y brutalidad, era el Jefe del estadio, Coronel Pedro Espinoza, acompañado de oficiales de todas las armas, algunos civiles y soldados de custodia, pregunta por Víctor Hugo Sánchez Carrasco (profesor de computación de la UTE y militante del partido comunista), nadie responde a ese nombre e iracundo grita varias veces y plantea si alguien lo conoce. Un silencio sepulcral y se retiran ante el silencio. Pasan un par de días y una tarde, vemos que desde la zona del disco negro traen a un compañero a punta de patadas y golpes por toda la pista del estadio. En ese momento me encontraba en la Zona Norte del mismo y muy cerca de la pista y cuando este compañero pasa frente a nosotros lo reconocemos; era el hombre encargado del aparato militar del partido Comunista en la UTE y Jefe directo mío - pues yo formaba parte de esa estructura especial de la organización -, el compañero era, Víctor Hugo Sánchez Carrasco. Todos los que lo conocíamos nos quedamos estupefactos y varios de los que estaban a mi alrededor, trabajaban en esa estructura secreta de la organización. Estaba junto a nosotros el jefe del Partido en la Universidad, un compañero obrero y que nosotros cariñosamente lo llamábamos el “Viejo Rondón”, antiguo militante, nacido en las pampas salitreras, de una moral y fuerza a toda prueba.
El compañero Rondón, habla aparte conmigo y me plantea que la situación era difícil, si yo tenía alguna información respecto a Víctor y que viera la forma de contactarlo a objeto de tener más información respecto a su detención. A los pocos días logro contactarlo y me cuenta Víctor que lo detienen y con pruebas directas de la estructura que el dirigía y me plantea que debió soltar mi nombre ya que les preocupaba fundamentalmente el famoso LULO de la EAO y de esta forma salvar a una cantidad de otros compañeros que estaban detenidos. Para mi fue un golpe muy duro, Víctor estaba muy golpeado y debía prepararme para lo peor, nos abrazamos y desde ese día hasta hoy nunca mas he sabido de su persona. Hablo con el compañero Rondón y comienzo a prepararme para el interrogatorio y tortura que en cualquier momento llegaría. Unas compañeras del MIR, estaban como enfermeras de la Cruz Roja y logro conseguir con ella algunas pastillas anticoagulantes y comienzo a tomarlas. A los pocos días y siendo ya cercana la hora de entrar a dormir, escucho mi nombre y la orden de presentarme al famoso y tétrico disco negro. Eran aproximadamente las seis de la tarde, corría una brisa helada y acompañado por una patrulla militar camino por toda la pista atlética hacia el punto negro. Los compañeros de la UTE que me conocían me miraban compungidos y preocupados y muchos lloraban, caminaba lento y trataba de ser muy fuerte – era como caminar hacia el cadalso - , para tratar de entregarles a mis compañeros entereza y firmeza. Llegado al punto negro, pasan unos interminable minutos y aparecen un grupo de oficiales y civiles de diferentes fuerzas y a punta de golpes, patadas y culatazos me introducen por unos pasillos, me desnudan y me meten a una pequeña salita, en la cual había unos cinco oficiales y uno de ellos por su modo de hablar capto que es brasileño. Me tapan los ojos y me cuelgan en una especie de barra en el aire y amarrado de pies y manos a ella, me lanzan baldes llenos de agua y comienzan a ponerme electricidad en los genitales y el ano. Sufro tremendas contracciones y un dolor instantáneo en todo el cuerpo imposible de describir, siento como que doy vueltas alrededor de la barra - era el famoso pao de arara – Este era un instrumento de tortura aplicado en Brasil y que estaban los gorilas brasileños enseñándoselo a los torturadores chilenos. Pierdo el conocimiento y cuando despierto, me preguntan por las armas de la EAO y mi papel en la organización. Les planteo lo mismo que repetía en el Estadio Chile, que era profesor de la universidad, que no sabia de armas y que mi relación con Víctor Sánchez era solo de ayudarle en la preparación física a su equipo, debido a mi experiencia deportiva y de escalador de montañas. Me comienzan a golpear y cuando recobro el conocimiento estoy tirado en el césped del Estadio, en el medio de la cancha, desnudo, con mucho frío y dolor y veo que estaba madrugando. Había varios soldados rodeándome y uno de ellos me iba a dar agua y el suboficial a cargo se lo prohíbe, pues podía sufrir un colapso por la electricidad que me pusieron en la tortura. Al lado mío estaba otro compañero en similares condiciones y después supe que era Alberto Corvalán.
Me transportan en camilla hacia la puerta de la maratón y nuevamente me llevan al camarín numero nueve. Me encuentro en este camarín con una tremenda solidaridad del grupo de compañeros que se encontraban ahí, me colocan sobre unas frazadas en el suelo y por suerte, me reencuentro con el Dr. Jadresic y con tres doctores mas y quienes de inmediato me examinan y observan los moretones, las quemaduras y lo que mas le preocupaban eran las enormes hematomas en mis testículos. Me ponen compresas, lavan las heridas y me dejan acostado durmiendo y recuperándome. Durante los otros días comienzo a recuperarme poco a poco y los doctores me indican que tome el sol y aire completamente desnudo a objeto que la naturaleza ayude a cicatrizar las heridas y así al poco tiempo me recupero y puedo caminar.
Siguen por los parlantes del Estadio los himnos militares, los anuncios de grupos de compañeros para que se dirijan a la Zona Norte de preliberación, los llamados al disco negro, pero comienzan voces de mujeres de la Cruz Roja a llamar a detenidos que recibían encomiendas y cartas de sus familiares. Esto fue como una bendición, pues ninguno de nosotros tenía información de la familia y tampoco ellos de nosotros y la incomunicación era total.
Más o menos a unas tres semanas del llamado al disco negro, llegan muy de madrugada varios militares con unas listas, nos llaman, nos ordenen en fila india y nos llevan a la zona del velódromo del Estadio Nacional. Cuando llegamos a ese sitio ya estaba aclarando y vemos que en total hay unas cien personas, nos sientan en las gradas poniente. Había muchos soldados y oficiales de la Fach y del ejercito, ponían música en los parlantes y solo se hacía silencio cuando llamaban a grupos o personas solas de los que ahí estábamos. Tipo 11 am, me llaman junto a dos muchachas muy jóvenes, incluso una de ellas adolescente y nos llevan a una especie de sótano que quedaba debajo y en la Zona Norte del Velódromo, había como unas oficinas y escuchábamos horribles gritos de dolor en diferentes lugares – estaban torturando –. Veo entre los pocos detenidos a Luis Alberto Corvalán y quien me saluda disimuladamente. Las dos muchachas comienzan a llorar y a gritos y arrastrándolas son llevadas a una de las salas. Nos ponen una capucha y de frente a una pared, pasan unas dos o tres horas, escuchando esos gritos intermitentes y crueles y siento que me agarran con fuerza del codo y me conminan a seguirlos. Me introducen en una de estas salas y encapuchado apenas podía ver siluetas que se movían de un lado a otro, de repente gritan llegó el jefe y de inmediato comienzan a golpearme por todo el cuerpo sin preguntar absolutamente nada. Me tiran al suelo, me dan patadas, me levantan y siguen golpeando, hasta que dicen basta y el jefe comienza a preguntarme por una serie de nombres ligados al presidente Allende: empezando si yo conocía personalmente a Allende, si conocía a varios de sus Ministro y si conocía a algunos de los del GAP. Les decía lo mismo anterior, que era profesor universitario y que mi única cualidad extra universitaria era ser montañista y que incluso fui miembro del Cuerpo de Socorro Andino y que no conocía a nadie en las alturas políticas. Uno de los interrogadores me comenzó entonces a preguntar sobre técnicas de montañismo, cumbres en las que había estado y con que grupos de escaladores y si había participado en rescate de victimas. Les hice un recuento pormenorizado de mi experiencia como escalador de alta montaña y al final dijo, llévenselo pues este hombre dice la verdad y domina el tema.
Me sacan, me llevan de nuevo a las gradas del velódromo, un poco golpeado y me encuentro en esta con Alberto Corvalán, quien nuevamente estaba muy golpeado. Muchas de las personas que ya habían sido interrogadas estaban en las mismas condiciones y tipo 6 pm, nos ordenen en fila india y nos llevan de nuevo a los camarines del Estadio.
Una alegría inmensa estar de nuevo con los compañeros del camarín nueve y mas al saber que varios ya salieron en las listas para ir a la zona de liberación. Va disminuyendo el número dentro del camarín y creo que a estas alturas no pasábamos de unos quince. Seguía la rutina, música militar, llamados de la cruz roja y de vez en cuando llamado al disco negro y a la zona de liberación. Creo que a esa altura habíamos en el Estadio unas dos mil personas. Comienza a corre el rumor que viene una liberación masiva, si mal no recuerdo debe haber sido todo esto en los primeros días de noviembre de 1973, cuando nos informan que ese fin de semana recibiríamos visitas de familiares.
Ese feliz día llega y era un domingo, tipo 10 am, comienzan a entrar por la pista de atletismo los primeros familiares, solo dejaban entrar uno por detenido. Siento un grito muy fuerte y era Alberto Corvalán abrazado con una de las personas que entró y me dice… ¡Juan, acá esta Ernesto, tu hermano!…Era cierto, era mi hermano Raúl Ernesto Ruilova Maluenda, militante también del Partido y también de los equipos de seguridad de la organización. Estudiaba Medicina Veterinaria en la Universidad de Chile y además amigo y compañero de estudios de Alberto Corvalán, quien estudiaba en la Escuela de Agronomía. La alegría es inmensa en todo el grupo, al fin íbamos a tener noticias de nuestras familias y también de la organización y saber como estaba la situación fuera de los campos de concentración. Ernesto me explica que mi hermana Miriam y un grupo de amigos, así como el hermano de mi esposa, Raúl Leal, habían sido también detenidos, que habían estado en el Estadio Chile, pero los liberaron a los dos o tres días de detención y que el único preso de la familia Ruilova era yo. Que no aparecí durante un tiempo en las listas de detenidos y que eso los tenía preocupados y más aun cuando mucho de los que iban siendo liberados informaban que yo estaba vivo y en el Estadio. Esto ayudó a que la familia y mi esposa reclamaran en las oficinas de detenidos y en la Cruz Roja respecto a la incongruencia de tener información de mi existencia en el estadio y no aparecer en las listas. Esta presión surtió el efecto deseado, hasta que finalmente apareció mi nombre y la familia decidió que Ernesto fuera quien me visitara.
Le indicamos a mi hermano que era necesario que no fuera mas a la universidad, que se asilara, pues desde adentro nosotros si sabíamos lo que sucedía. Que las detenciones ahora eran selectivas, que había muchos compañeros asesinados, que había mucha gente desaparecida y que las torturas y apremios físicos estaban a la orden del día y que lo más saludable era buscar asilo e irse del país. Lamentablemente mi hermano no hizo caso a estros consejos y a los días después de esa visita es arrestado en la Escuela de Veterinaria de la Universidad de Chile.
A los pocos días, se acentúa el rumor que seriamos trasladados a otro campo de concentración. Se leen las últimas listas de liberados del Estadio, hasta que finalmente se lee una lista de unos ochenta compañeros a los cuales se les reúne en un sitio con sus pertenencias y al otro día son sacados fuera del estadio pues serian llevados a otro lugar de detención. Quedamos en el estadio unos ochocientos detenidos, muy preocupados y nadie nos informaba que iba a suceder con nosotros. En la tarde, después que salio el grupo de ochenta, se lee una última lista de liberación y calculo quedamos entre cuatrocientos a quinientos detenidos.
Pasan unos dos días mas y en la madrugada nos levantan a todos y nos exigen saquemos todas nuestras pertenencias y que nos formemos por escuadras y pelotones a medida que nos nombraban, en el centro de la cancha del estadio. Nos informan que seriamos trasladados lejos de Santiago, que era una operación militar muy delicada y que por lo tanto, había que obedecer todas las indicaciones y mantener una disciplina férrea en el traslado pues sino seríamos hombres muertos. Se notó un endurecimiento total de los militares con nosotros y nuevamente aparecieron los golpes, culatazos y patadas para mantenernos ordenados. Comenzaba la salida del Estadio y el destino que aun no sabíamos cual era, vimos después que era por vía terrestre a Valparaíso y posteriormente a Chacabuco en el Norte del país.
Hasta acá esta parte de mi testimonio y que tiene que ver con lo ocurrido en Estadio Nacional. He dado detalles de un grupo de compañeros con los cuales nos encontramos en el Estadio Nacional así como los nombres de los más destacados y de los que aun recuerdo sus nombres.
Para no olvidar…
Impactante testimonio-crónica de un exiliado chileno
Por: Juan Ruilova
Caracas, Venezuela, Marzo de 2010
Señores
Comisión Valech.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario