lunes, 24 de enero de 2011

EL SUEÑO DE CARTAGO: VISITA A ALBERTO RIOS, EX PRESIDENTE DE LA FEDERACION DE ESTUDIANTES DE LA UTE



IRIS ACEITON

El camino se me hace cada vez más largo y monótono, a pesar de la amena conversación de Cristina, que no ha parado ni un solo instante de parlotear. Metros más adelante, el auto de Emilio se detiene bruscamente. Un mediano y empolvado letrero nos indica “El sueño de Cartago”. Nos enfilamos por un angosto camino de tierra. El calor es sofocante, Giorgio maneja con la maestría de siempre, sin hacer caso a mis reclamos por la velocidad con que lo hace. Llegamos a una casa típica de campo, se nos acopla otro auto a esta mini caravana, es el Leo Yáñez con su compañera. Se bajan todos, me quedo atrás como para observar desde la distancia. Se asoma el anfitrión y dueño de casa.



En cualquier lugar y de cualquier modo lo habría reconocido. Han pasado más de treinta y cinco años desde que lo viera por última vez, en plena dictadura. Sus facciones son inconfundibles, su rostro moreno, ahora más delgado, más huesudo; manifiesta levemente la grave enfermedad que hace muy poco lo tuvo al borde de la muerte. Sus ojos oscuros igual de vivaces e inteligentes. Recorro su estatura media, casi juvenil, cuya vestimenta absolutamente de negro acentúa aún más su delgadez. Saluda sin mayor efusividad, nunca fue distinto. Espero mi turno, temo que no me reconozca, lo hace sin grandes aspavientos, lo abrazo, le beso su mejilla adornada con una incipiente barba cana.



Como un verdadero expositor de una feria de inversionistas, le habla a este pequeño grupo humano que tímidamente se está reponiendo de la impresión de volver a verlo, después de tanto tiempo. Cuenta de su actividad económica, de los beneficios del aceite de oliva; para el consumo diario y para la cosmética. En un estante de madera, depositados en frascos transparentes, nos señala, una gran variedad de aceitunas con otros aditivos. Habla de sus olivos y de la producción del aceite, orgulloso y con verdadera pasión. Caminamos hacia la casa, el sol sobre nuestras cabezas, a él parece no incomodarlo. Dice leer mis escritos, increpándome por haberme quedado en el pasado, ese pasado que nos permitió conocernos y vivir esa maravillosa parte de la historia absolutamente irrepetible; no alcanzo a contestarle, las hortensias con sus flores rosadas exultantes nos embisten bordeando el camino, adornando el idílico paisaje.



Nos recibe Lily, pequeña, de figura agraciada, sus ojos son hermosos, oscuros, brillantes, que miran de frente. La sigo hasta la cocina que es como ella misma; absolutamente femenina, amplia, llena de luz, con todos esos hermosos detalles que la retratan entera. Una gran galería frente a una hermosa piscina, una larga mesa engalanada en su centro con flores. Los árboles añosos que luchan por alcanzar el cielo, la alfombra verde que tapiza el suelo, los pájaros y la calidez de los dueños de casa, embellecen aún más el entorno natural. Los hombres ya están gustando de los primeros piscos sauer. No quisiera perderme ningún detalle de la conversación. Emilio prepara el asado. Agnes, la mujer de Leo es tímida, abrumada por tantas vivencias de las cuales ella no formó parte. Alfredo, Giorgio, Leonardo, le oyen con respeto, siempre tiene la palabra, a todos nos interesa saber su opinión sobre todos los temas pasados y recientes.



La tarde se va consumiendo lentamente, el inexorable tiempo dice que es hora de marchar. La despedida es mucho más calurosa, con la promesa de volver a repetirse el fraterno encuentro. Ya en la camioneta, con Giorgio y Cristina, alejándonos del “Sueño de Cartago” repaso en silencio lo vivido. Sus palabras: su admiración por el rector Kirberg, sus encuentros con el presidente Allende, la fuerza arrolladora que tenía “esa juventud” que tan exitosamente él dirigió; el respeto que sentía por nuestra Federación Fidel Castro. Sonrío llena de melancolía, Alberto era el que me pedía que dejara de escribir sobre esos imborrables tiempos…

ENERO 2011

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